Óleo de Vito Cano |
En azul, en verde, en rosa, el calendario podría resaltar los días festivos de muchas maneras, pero lo hace en rojo. Hace años, un viejo anarquista, valiéndose de su cátedra de decepciones y tristezas, me puso al tanto del secreto. Van en rojo porque cada celebración es un baño de sangre. Desde el Día del Trabajador a la Semana Santa, una carnicería. Desde Todos los Santos al Dos de Mayo, una escabechina. Somos un pueblo que llama Fiesta Nacional a una hecatombe.
Puede que aquel hombre exagerara, pero la verdad es que nuestro almanaque es pródigo en batallas y generoso en martirios, pero rácano en descubrimientos científicos o literarios. Ninguna fiesta rememora el milagro de la penicilina, aunque celebramos el que un tirano matara hace dos mil años a un puñado de recién nacidos. Es como si nos diera más gustito subrayar los errores que los aciertos. Quizá más adelante. Quizá cuando no seamos tan brutos, entre la hojarasca del calendario florezcan efemérides que solo jaleen nuestros logros.
Mientras tanto, no es poca cosa celebrar esta Fiesta del Palomo que le ha caído del cielo a la ciudad de Badajoz como un bocado de tolerancia. Ya sé que surgió como broma contra el alcalde, pero qué fiesta no es entre nosotros una fiesta contra alguien o contra algo. Nos gustan las victorias de nuestro equipo, pero disfrutamos más celebrando las derrotas del equipo rival. La Fiesta del Palomo puede que huela a promoción de una cadena televisiva. Vale. Pero mejor oler a propaganda rebozada en apología del respeto y la transigencia que apestar a pólvora, a sangre o a incienso. Mil veces es preferible bailar como palomos por aquello que nos une que pelear como imbéciles por lo que nos separa. Entre tantas fiestas de rojo sangre, una de rosa pasión. Bienvenida sea.
Publicado en la contraportada Periódico Extremadura