Cuando las cosas se ponen feas de verdad siempre surge de no se sabe dónde una marea de carne roja dispuesta a sacarnos las castañas del fuego. Abra un libro de historia, un periódico viejo, un documental serio y ahí los encontrará. Son esa gente que en el siglo XIX y XX se llevaron todos los palos reclamando una jornada laboral más humana, esa misma que hoy le permite a usted salir los fines de semana de pesca con sus hijos o rascarse tan ricamente la tripita. Son los que, a costa de su salud, lograron que usted pueda presentarse para alcalde de su pueblo o para Presidente del Gobierno sin que le pisoteen el culo los fascistas de turno, son esa marea de gente visionaria y luchadora que no se arredró cuando la llevaron mil veces a presidio y le sacudían en los cuartelillos por la extravagancia de exigir equidad en las leyes, igualdad en las calles, respeto entre sexos, educación libre y gratuita. Yo creo en esa roja todopoderosa y en la civilización occidental, su único hijo.
Lo que no puedo creer es en este hipnotismo colectivo, este encogerse de hombros, este mirar como bobos hacia otra parte mientras un puñado de cínicos se merienda el pastel y se queda tan fresco. No puedo creer en esta marea de carne de yugo que vitorea a los reyes como si fueran salvadores de algo, la que sufraga al Papa su obsesión por el más allá, la que consiente que los banqueros se le rían en la cara y se limita a criticar en los bares, la que envidia a los políticos corruptos porque ella rebañaría más y mejor, la que sólo se echa a la calle cuando gana su equipo de fútbol.
Hay que decirlo hasta el cansancio. Son tiempos de cambio, perfectos para tomar la calle, para buscar un punto de luz, para sumarse a la vieja marea roja o seguir viviendo como un pelele. Usted decide.
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Me temo que nuestra civilización, que como tu muy bien dices tanto ha luchado y conseguido, nos ha convertido a fuerza de bienestar en cobardes y sumisos animales domesticos, y como dice Marina,
la sumisión es la solución confortable al temor.
Muy bueno tu artículo. Un beso, Luisa.