Si pasa usted por Mérida el próximo lunes a eso de media mañana se encontrará con un puñado de gente sentada en la puerta de la Consejería de Cultura y Turismo en señal de protesta. Que por qué protestan, pues porque en Extremadura agonizan las compañías de teatro, las productoras de cine y televisión, las escuelas de danza, los profesionales de la música. Y esto es así, entre otras cosas, porque hubo un tiempo en que los bolsillos de los Ayuntamientos no tenían fondo cuando se trataba de contratar a cantantes de moda o actores de TV, con lo cual, además de poner los cachés por las nubes, acabaron con el sector privado de contratación. En poco tiempo, todo el gremio se vio condenado a trabajar bajo un único amo: la Administración. Y la Administración resultó ser un mal empresario: contrataba arbitrariamente y pagaba tarde y mal. Aún así, mal que bien, se iba tirando. Hasta que apareció la crisis y la Administración la quiere utilizar para echar el cierre total.
Lo que ahora pretende es suprimir por completo las ayudas a la producción, único recurso que les queda a los pocos profesionales sobrevivientes.
Y yo creo que la Administración se equivoca. Se equivoca cuando ayuda a la gran banca, porque ellos no son la solución sino el problema. Y se equivoca cuando regatea en cultura porque ellos son la solución, no el problema. Por este camino les puede ocurrir como a los atenienses cuando Apolo les dijo que si querían obtener buenos ciudadanos debían poner en las orejas de sus hijos lo más hermoso de cada casa. Y los atenienses, los muy bobos, perforaron las orejas de los niños y las atiborraron de oro y plata. Lógicamente, la ciudad se perdió, porque lo hermoso que interesaba al dios no era el oro sino la cultura, la educación y el buen juicio.
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