En las entrelíneas de esas crónicas de guerra lo que se esconde es que el poder económico ha dado un golpe de estado, convirtiendo las ciudades en cárceles temáticas donde la población sale de sus casas solo para trabajar y para gastar las cuatro perras que les asignan por sus servicios, las justas para que la máquina siga funcionando.
Hay gente empeñada en hacernos creer que lo de Londres, como lo de tantas partes, son revueltas pandilleras, cosa de extremistas, cuando la realidad es que mirar con el estómago vacío el festín que siempre se dan los otros es la antesala de la violencia.
Pensando en esto caí en la cuenta de que la mayoría de los héroes con los que nos educaron durante el siglo XX no son humanos. No son gente que hayan necesitado esforzarse para alcanzar sus superpoderes. Superman es extraterrestre, Thor es un dios, Hulk, Spiderman, y otros tantos, son fruto de la radioactividad o, como el Capitán América, mutantes de laboratorio. Quizá esta sea la causa por la cual nos sentamos a esperar una solución que surja de forma extraordinaria, a que de la noche a la mañana un Capitán América ponga orden en el mundo. Y eso no va a ocurrir. La revolución que está pendiente es cosa de todos o no será. Es una revolución económica, pero también de educación, de ámbito moral. Y es en ese sentido en el que simpatizo con el 15M, por lo que tiene de Capitán Trueno, aquel hombre común, mortal y rosa, sin más superpoderes que el de su voluntad y una confianza absoluta en el trabajo en equipo y en los frutos del esfuerzo humano.