La respuesta siempre aparece cuando ya no me acuerdo de la pregunta. En alguna ocasión me preguntaron qué cosa me llevaría a una isla desierta y respondí una bobada, un libro, una navaja suiza, un rabo de nube. Algo así. Ahora que lo tengo claro, nadie me pregunta: me llevaría una olla exprés. El aliento de una olla exprés es un perfume con rescoldo de infancia. Y esa canción que silba la válvula de escape no la iguala ni el propio Serrat . Te hipnotiza. Si te quedas mucho tiempo junto al vapor del cocido la mente se te pone gaseosa y empiezas a alucinar. A Arguiñano le da por contar chistes, a mí me pone filósofo. Me da por pensar que la historia de las civilizaciones es la historia de una olla exprés, que unas veces da un gran cocido y otras te estalla en la cara, según la calidad de la válvula de escape. Las válvulas por las que el siglo XXI libera la presión son las ONGs. Si en la Francia del XVIII hubiera habido un par de ONGs repartiendo caldo caliente, se habrían ahorrado la Revolución Francesa. Y si Stalin , en vez de tanto gulag, hubiera abierto unas ONGs, los rusos continuarían aún en la inopia. Hoy, eso que llamamos Tercer Mundo, no es más que una olla exprés que tarda en explotar gracias a cientos de ONGs achicando presión. Este jueves escribía R. Entonado en este mismo periódico: «hoy más de 12.000 personas habrán perdido la vida a causa de una enfermedad: el olvido. Porque hoy, morir de kala azar, de Chagas, de malaria, de sida, de tuberculosis o por la enfermedad del sueño es lo mismo que morir del olvido». Destinamos más dinero a cirugía estética que a enfermedades tercermundistas. En una olla tan pequeña como la nuestra esto sólo es posible gracias al milagro de las válvulas de escape. Y ellas sin saberlo.
Publicado en el Periódico Extremadura el sábado 9 de octubre 2010