Menester es que el hombre que sea cabalmente sensato de nacimiento no dé jamás a sus hijos una instrucción extraordinaria, pues, aparte de la acusación de ociosidad que reciben, se ganan una envidia hostil de parte de sus conciudadanos. Porque, si enseñas nuevos saberes a los ignorantes, parecerás ser inútil de nacimiento, que no sabio; mas, si te toman por superior a los que aparentan saber algo complicado, resultarás fastidioso a ojos de la ciudad.
(Medea, Euripides)
No hace ni medio año que di una charla en un instituto sobre el humor en la literatura. Un tema, me dije, que divierta a los chicos y, si no puedo enseñarles algo, que les aparte al menos de la idea de escupirme bolitas de papel a la cara. Fui breve y no puse en peligro mi salud pero, no bien dije mi última palabra, los chiquillos huyeron espantados de la sala. ¿Un incendio? No: un aburrimiento. Tan solo un crío se acercó y me preguntó sobre el asunto. Resultó ser un gran lector y cuando quise ahondar en ello miró a todos lados y me dijo: chss, sea usted prudente, si mis amigos se enteran de que soy de los que leen lo más bonito que van a llamarme será empollón de mierda.
No digo yo que un chaval que en vez de la alineación del Barça sabe de memoria la Generación del 27 sea muy normal, pero a eso al menos es a lo que debería aspirar el sistema educativo de un país civilizado. Ese es el ideal, claro, pero cualquier padre sabe que una cosa es el ideal y otra muy distinta son las aulas. Cómo extrañarse entonces de que haya padres que prefieran asumir ellos mismos la educación de sus hijos. Bertrand Russell no fue nunca a un colegio y no le fue del todo mal. Aunque admitamos que Belén Esteban sí fue y le ha ido mucho mejor.
Esta semana el Constitucional ha obligado a unos padres malagueños a escolarizar a sus hijos a pesar de que el sistema que aplicaban ha demostrado ser excelente. Los críos hablan cinco idiomas, saben música, ciencias, filosofía y lengua muy por encima de la media. Su sistema será muy bueno, pero incumple un artículo del Constitucional. Podríamos adaptar el Constitucional a ese sistema, sí, pero eso implicaría cambiar muchas cosas. Además, confesémoslo, Russell nos asusta. Somos más de Belén Esteban. Una cosa normalita.
Triste, pero cierto… nos movemos en la mediocridad y lo que sobresale de ella nos asusta. Somos cortos de miras y de aspiraciones. Mamamos cortoplacismos y conformismos. Con estos mimbres, ¿a qué cesto podemos aspirar?