TESTIMONIO DE UN RACISTA CONFESO

El otro día, por cosas del azar, pasé un par de horas en un centro geriátrico. Rodaban   13 segundos, del director Diego González, un corto que toca el tema de la vejez y la desmemoria. La sala de espera donde me metieron era, en realidad, una habitación en la que un niño de cinco años se habría sentido muy a su sabor. Cartulinas pintadas, juguetes elementales, lapiceros y juegos infantiles. Lo terrible es que allí no entran niños, sino ancianos. Estábamos, según me explicaron, en el ala de los enfermos de Alzheimer. Y como hoy es el Día mundial del Alzheimer creo oportuno hablar de estas cosas.

Lo creo oportuno porque, cuando miraba a aquellas enfermeras conduciendo con tanto mimo a ancianos perdidos en sus laberintos de niebla interior, sentí por ellas una ternura tal que a duras penas me aguanté las ganas de ir a besarles la cofia. No todos valemos para lo mismo, pero a todos nos agrada rodearnos de gente agradable. Ser anciano es una barbaridad de la que habrá que pedirles cuenta a los dioses, pero ser anciano y enfermo de desmemoria es una crueldad para la que el único consuelo que se me ocurre es que exista esta raza de gente convertida en ángel de la guarda por voluntad propia.
Eres un racista, me dije. Y lo admito. Debo serlo. A mi modo de ver, sólo concibo dos razas de personas. Ni el color de la piel ni la bandera que esgriman ni el idioma que hablen ni los dioses que adoren o el número de libros que hayan leído tienen nada que ver con el asunto. Está la raza de los que se ponen en el pellejo del otro, los que no llegan a eso del amaos los unos a los otros pero que les basta con ser amables los unos con los demás; y luego está la raza de los ensimismados, de los que se pasan el pellejo del prójimo por donde las lombrices hacen asamblea. Sólo en un mundo diseñado por Disney podrían hacernos creer que lo mismo son los unos que los otros o que todos somos iguales. No son iguales estas enfermeras que el neonazi de Amanecer Dorado que ha matado al rapero griego por cosas de ideologías.
Hoy me han hablado de Soro Donani, un niño de Costa de Marfil al que su madre abandonó en la frontera para no verle convertido en niño soldado o en cadáver. Atravesó a pie media África. Lo esclavizaron. Lo maltrataron. Tragó sapos como yugos. Hasta que al cabo logró montarse en una patera y llegar a España. Por cosas del azar, acabó en el Centro de Menores de Mérida. Y de ahí, en el verano de 2012, llegó a DEMA, un centro para la recuperación de la naturaleza situado a las afueras de Almendralejo. Estando en el centro cumplió 18 años. A sus espaldas, sus compañeros, chicos de varios lugares del mundo, le montaron una fiesta sorpresa cargada de regalos. Soro Donani, inmigrante, niño negro, huérfano de dioses y de patrias, lloraba emocionado: no todos los hombres son iguales. No, no lo somos. Y es bueno recordarlo, sobre todo en el día del Alzheimer.
Artículo publicado en el diario HOY el sábado 21 de septiembre del 2013

4 thoughts on “TESTIMONIO DE UN RACISTA CONFESO

  1. Gracias por la reflexión Florian, mi mujer ha trabajado con enfermos ancianos de esta enfermedad, y cuenta que son un mundo a explorar, las cosas de la mente son increibles, y quien verdaderamente lo pasa mal son los familiares.

  2. Es cierto, no todos los hombres son iguales, por eso el mundo no va bien porque la mayoría de los hombres no son como estas enfermeras. Yo, con los que tu llamas ensimismados, emplearía adjetivos más fuertes porque se los merecen.

    Para mí ha sido un placer encontrar tu blog, Florian. Ya me tenías como lector de tu columna en el periódico Hoy (¿o es en el Extremadura?. Lo siento, ahora no lo recuerdo bien) con la que he disfrutado y asentido en cada ocasión que he tenido de leerla. Ahora además podré seguir tu blog.

    Un saludo desde Cáceres.

  3. En cierta ocasión tuve que entrevistar a un doctor experto en geriatría y las experiencias que narraba eran tremendas, estremecedoras. Vivimos más años, y eso es de agradecer. Pero también estamos descubriendo lo terrible que es poner a nuestra naturaleza al límite. Necesitaremos, cada vez más, a enfermeros, médicos, personas de una entrega sin límites para que cuiden de nosotros. Gente de otra raza, de esa raza de gente amable que son la que nos salva. Un abrazo, Elena.

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