Oleo de Vito Cano |
Hace algunos años, en un banquete de bodas, la descubrí entre los invitados. Me costó reconocer en esa anciana, ensimismada y ausente, a aquella mujer con la que coincidí treinta años atrás, cuando aún era joven, guapa y hablaba acompañando cada frase con la caligrafía bulliciosa de sus manos. No tardé en averiguar que el Alzheimer se había cebado en ella, convirtiéndola en esa diminuta muñeca de ojos acuosos, flojos los resortes del cuerpo y vacía de recuerdos.
Alfredo Mayo en sus años de galán |
Yo la recordaba de cuando el azar nos juntó en un viaje de autobús. Como era adolescente, tímido y llevaba conmigo libros de versos, ella me tomó por un artista.»También yo fui artista una vez», me dijo. Y me contó que de niña, como tenía voz de ángel, actúo en una gala donde un señor subió al escenario y le besó la mano. «Señorita, usted llegará muy lejos», le dijo. Luego resultó que ese señor era Alfredo Mayo, que es como decir el Antonio Banderas de entonces. Sobra decir que no consiguió ser artista. Se casó, viajó algo, tuvo hijos. La vida es así de cabrona. Pero aquel fue para siempre el beso más importante de su vida. Incluso en los momentos de pesadumbre le decía a la tristeza: «sí, pero esta mano la besó un galán de cine».
Hasta que el Alzheimer le borró los recuerdos y la exilió de sí misma. Tan cruel y triste me pareció esta enfermedad que casi comprendí porque Aquiles temía más al olvido que a la muerte. Me habría gustado acercarme a ella, besarle la mano gloriosa y decirle «señorita, usted ha llegado a lo más lejos», pero no lo hice. En cambio, le escribo este artículo años más tarde, justo hoy, en el aniversario de la muerte de Alfredo Mayo, al que ya nadie recuerda, para que no se me olvide que hay besos que lo son todo, y que no hay más patria que la memoria.
Publicado en la contraportada del Periódico Extremadura.
Como siempre genial, compartimos tu entrada en el blog de Vito.
Saludos!