Una de las series de televisión que más me han emocionado en los últimos tiempos es Sex Education, acaso porque aborda de modo amable y sin tapujos relaciones humanas extraordinarias. Una de ellas, a mi entender la más conmovedora, es la amistad entre los dos protagonistas, un chico blanco heterosexual y un muchacho negro homosexual, para los cuales ni el color ni la tendencia sexual de cada uno es motivo de perturbación. Entre ambos corre un flujo de simpatía y de comunicación que hace que uno no pierda por completo la esperanza en la especie humana. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de la relación que el chico negro mantiene con su pareja, ya que por falta de comunicación, por no decirse a las claras que ambos son sexualmente pasivos, la relación es una fuente de conflicto. Y digo yo que acaso no lo hablan porque no saben ponerle nombre a su relación.
En español tenemos una palabra para este tipo de preferencia sexual: bardaje, que el diccionario define como “sodomita pasivo”. Una hermosa palabra con una terrible historia.
La RAE la incluye por primera vez en 1817, dándola ya como voz antigua, sinónima de sodomita. El origen de la voz sodomita nos remite a la mitología hebrea, la cual habla de una ciudad – Sodoma- arrasada por el dios judío en castigo a su inclinación por la homosexualidad. También por vía hebrea, tomando el nombre de María como paradigma de mujer y de femineidad, se llega a otras voces para la definición del homosexual, sea bardaje o no: amarionado, marica, mariquita, maricón, cuando se refiere a hombres; y marimacho para las mujeres.
Antes de la llegada del judaísmo ningún dios europeo había sido tan puntilloso con las relaciones sexuales humanas. De hecho, los dioses paganos tenían pocos escrúpulos a la hora de llevarse ellos mismos a alguien a la cama. Y los humanos, claro, los imitaban. Solo que, tanto dioses como hombres, se mostraban muy puntillosos en mantener el roll masculino, esto es, el papel activo, ya que lo contrario, semejarse a una mujer – que incluso las de la alta sociedad no tenían mejor estatus jurídico que un esclavo -, les resultaba de lo más humillante. El romano que se lo podía permitir compraba un esclavo de placer, un fututus in culum, y se iba apañando. Sin embargo, se consideraba viciosa la relación si los papeles se invertían y el que se ponía mirando para Cuenca era el amo. Cuando esto ocurría, que no debían ser pocas las veces, el sujeto trataba lo mejor que podía de ocultar su secreto. Pero no siempre lo lograba, como muestra el poeta Marcial en su epigrama LXXI:
Puesto que a tu esclavo le
duele el navo, y a ti, Nevolo,
el culo, no soy adivino, pero
sé lo que haces
Los árabes llamaban bardag al esclavo de placer, al fututus in culum. De ahí nuestro bardaje. Sin embargo, el fututus in culum no desapareció de nuestro vocabulario. Ni mucho menos. Pasó al romance como fudido in culo para transformarse luego en jodido por culo, insulto por el que la lengua española ha mostrado una devoción sin fisuras.
Con la llegada del cristianismo, lo que para los romanos fue desprestigio social para los cristianos pasó a ser pecado mortal y, por lo tanto, delito jurídico. Legalmente daba igual si tu roll era el activo o el pasivo, si te pillaban estabas jodido. Sin embargo, la sociedad seguía manteniendo esa especial repugnancia por el varón que adoptaba el papel sumiso de una mujer. Una repugnancia que llegó hasta nuestros días. Cuentan que en tiempos de Franco, cuando todavía la homosexualidad era delito, llevaron a dos hombres ante el juez y que, luego que este señaló que se les condenaba por homosexuales, uno de ellos levantó la mano y dijo: de acuerdo, señoría, pero usted escriba ahí que yo era el que estaba arriba.
Otro nombre antiguo para definir al sodomita es la palabra bujarrón, una malformación de la palabra “búlgaro” o “bougeron”, que es como los cruzados franceses llamaban a los búlgaros. Se usaba para denigrar a los nativos de esta nación, no tanto por enemigos políticos como por pertenecer a la iglesia ortodoxa.
De esta manera encontramos el hilo que une a bujarrón, sodomita y bardaje: el odio hacia el otro, el distinto, el hereje, el extranjero, el que no es ni mantiene las mismas tradiciones y usos que nosotros. Son palabras, en resumen, concebidas como envoltorios sonoros de la ignorancia y del miedo a lo extraño. Lacra de la que se ven libre los chicos y chicas de esa dulce y necesaria ficción llamada Sex Education