Portada de Vito Cano |
Mi novia era una guarra. Sin consideración alguna hacia el amor que yo la profesaba y con una noción más que confusa acerca de la fidelidad: mientras yo me desgañitaba en el escenario haciendo salir conejos de mi chistera, ella, entre bastidores, me la pegaba con el tragafuegos. Creo que de haber sido con el domador de leones no me hubiera dolido tanto; al fin y al cabo, siempre me quedaría el consuelo de una derrota infligida por alguien más perito que yo en fieras. ¡Pero con un comebrasas !
En menos tiempo del que yo gasté en contarle el asunto, mi viejo amigo compuso un hechizo a base de mil abracadabras cuyo secreto no me atreví a preguntar. Ni diez minutos nos llevó la cosa. Con media sonrisa de condescendencia desfigurándole el rostro, me dijo que me fuera tranquilo a casa, que la maldición estaba en marcha. Y así fue.
Al día siguiente, durante mi función, la muy reincidente volvió a solazarse con ese saco de huesos, esa sucia anguila del Ganges, pero, no me preguntéis cómo, mi amigo el brujo se las apañó para que el último beso del faquir quedara petrificado en el paladar de la infiel, que empezó a emanar tal efluvio a queroseno que hasta el propio tragafuegos acabó repudiándola, horrorizado de ver que se le metía en casa el olor del trabajo, como un niño agobiado por exceso de deberes. La pobrecita mía gastó una fortuna en enjuagues y colutorios que de nada le sirvieron.
Al cabo de un tiempo la he vuelto a ver, solitaria, derrotada, compungida, vagando por la ciudad, cargada con un descomunal bolso que yo imagino atiborrado de esprais bucales en un vano intento por redimirse.
Pérez Reverte dijo de Montero Glez hace ya algún tiempo 'Le envidio la prosa a ese hijo de puta. Lo juro'. Pues eso… Ya tú sabes. Abrazos desde Toletum.