Dicen que en Grecia la filosofía entró con el teatro antes que con los filósofos. En España llegamos al mismo punto, sólo que al revés. Asfixiando a los dramaturgos acabamos con la filosofía. Y quien dice filosofía dice autonomía de pensamiento, dice levadura en las neuronas. Y como no hay narices a quitarlos de un plumazo, se les quiere matar con una sobredosis de IVA y de desprecio. A los artistas, digo.
El pensar se va a acabar, podría ser el eslogan de un gobierno sincero. Aquí siempre se triunfó a contrapelo de los planes de enseñanza. Quizás sea esa la razón por la que el escritor español es flor que germina en suelo no universitario. Nuestros escasos premios Nobel de literatura lo son acaso porque no pasaron por la universidad. Benavente, Juan Ramón Jiménez, Cela no acabaron sus estudios universitarios. Ni Umbral, que sólo consiguió el premio Cervantes. Echegaray y Aleixandre, sí. Los menos leídos, los más olvidados.
Por eso, cuando me enteré de que el dramaturgo Juan Mayorga, al que acaban de conceder el premio Ceres al mejor Autor Teatral del año, es doctor en Filosofía y licenciado en Matemáticas me dije, demasiados títulos para un escritor español. A mi parecer, Mayorga es nuestro dramaturgo más original y profundo. Pero fíjate lo que te voy a decir, chaval, yo que tú, en plan camuflaje, le haría un Vaquerizo a la afición, que en cuanto sepan que gastaste tus años jóvenes en una formación académica te acusan de progre y sólo te leen los adoradores de Punset. Sube cabizbajo a recoger tu premio Ceres y lárgate pronto, di que te estás sacando el graduado escolar y que te esperan en la academia nocturna, esas cosas gustan al respetable, deja que te griten que los homenajes que se te brindan, a ti y a tipos como tú, son un despilfarro, como si algún país hubiera progresado obviando a sus artistas o recortando en educación en vez de meter las tijeras en otra cosa que no sea el abuso de poder y las manos largas de los corruptos.
Recortar es de cobardes, es un paso atrás. Y si lo que desean es enviarnos al pasado, que no se corten dejándonos donde nos dejó Franco como parece ser su intención sino que tiren largo y nos lleven más allá, al punto en que la republicana Institución Libre de Enseñanza casi nos pone a la par de Europa.
Escribo estas líneas en un bar de la calle Fúcar de Madrid, no muy lejos de la de Cervantes y la de Lope de Vega, y caigo en la cuenta de que nadie recuerda quién diablos fuera el tal Fúcar –que, por cierto, fue el banquero más influyente del Siglo de Oro-, pero regamos a diario la memoria de Lope, Cervantes, Calderón, Lorca, Vallejo, Fernán Gómez, nuestros dramaturgos. Ellos sí nos representan. Y con algo de suerte, si los planes de estudio no lobotomizan totalmente a nuestros muchachos, en unos años nadie recordará a Botín, ni a Zapatero o Rajoy, menos aún a Ibarra o a Monago, pero se seguirán emocionando con La tortuga de Darwin, o cualquier otra de Mayorga, y buscándose el alma en el honesto espejo de una función de teatro.
Publicado en el diario HOY el sábado 17 de agosto del 2013