Adiós, amor, óleo de Hermel Orozco |
Cada decisión política es como la piedra que arrojada a un lago altera la superficie en sucesivas ondas generacionales. Y hacia el 2012 se tomaron decisiones por las que aún estamos pagando. Aunque el origen es remoto, la fecha significativa fue el 1 de septiembre del 2012, cuando el gobierno, medio a tientas, medio a locas, subió el IVA y el IRPF, a ver qué pasaba. Lo que pasó fue que el pueblo no se quejó lo suficiente y el gobierno lo interpretó como un sí quiero, y siguió a lo suyo. Si para la mayoría de los sectores la medida fue un cataclismo, para el mundo del arte y de la cultura fue simplemente demoledor. Hacia el 2015 no quedaba un local donde escuchar música en directo ni una maldita sala de exposiciones donde respirar un sorbo de arte vivo.
Y como el recaudar es como el rascar, exigieron más, asfixiaron más, con esa disciplina que ponen los hombres de Estado en derribar logros ajenos, hasta que, al fin, en 2020, la crisis remitió. Los bancos se sanearon y el vientre de los mercados quedó terso como piel de tambor. Pero ni un músico ni un escritor ni un pintor ni un bailarín ni un actor ni un arquitecto ni un científico. Emigraron o renunciaron.
Ahora por la radio todo son partes económicos. Por la televisión, solo telediarios y previsiones meteorológicas. Las escuelas de idiomas ya no existen, imposible recordar qué fue del latín o del griego. Nada de poesía, nada improductivo. Ascendimos de nuevo al núcleo duro del G8, pero somos un pueblo de infelices porque somos un pueblo inculto, porque perdimos el hilo de la humanidad. Y algunas mañanas, cuando al mover el dial de la radio, en vez de Amancio Prada nos saluda la fluctuación del IBEX, es difícil no preguntarse que coño de tristeza es ésta que se nos ha instalado en el estómago.
Contraportada del periódico Extremadura, 28 julio 2012
Antífona de otoño, Amancio Prada y Juan Carlos Mestre