Poyo, pollo y gilipollas (con perdón)

El pódium donde se sube el ganador de una prueba deportiva y el poyo o poyete de las casas – eso que hoy se dice encimera- tienen una historia común. Provienen de la palabra latina pódium, que significaba repisa, y esta, a su vez, deriva de la voz griega podós, pie. En tiempos de Covarrubias, 1611, se llamaba poyata a los “anaqueles o estantes de yeso donde ponemos los vasos y otras cosas”. Y así, “apoyar vale favorecer y ayudar, como el poyo ayuda a la pared y esta ayuda se llama apoyo”.

Los castellanos tienen un refrán que dice «poyo, gayina y gayo, ni oiyo, ni veyo ni mentayo», en referencia al coraje que sentían los castellanos antiguos ante la incapacidad de otros españoles -sobre todo extremeños y andaluces- de diferenciar la y de la ll, igualando de este modo al poyo con el pollo, siendo, como son, dos cosas bien distintas.

Si, como hemos visto, poyo viene de pódium, pollo proviene de pullinus, palabra latina que significaba “perteneciente a un animal joven”. Los romanos, pues, usaban pollinus como una generalización, una palabra con la que referirse a cualquier animal que aún no ha alcanzado la edad adulta. El castellano, en un primer momento, la toma en un sentido más especializado.

Nebrija, 1495, admite dos sentidos para la palabra pollo: una referente al hijo de ave mansa y otra para el hijo de la gallina.

Un siglo más tarde dirá Covarrubias, 1611, que se llama “pollico al borrico nuevo, pollina a la burra, polla a la gallina nueva y pollo al hijo del a gallina, pollera al cesto donde van los pollitos cuando son pequeños para que no se los lleve el milano”. Un refrán de esa época decía que “Asna que tiene pollino, no va al molino». Así, pues, en el siglo XVII la vieja palabra pollinus tiene ya dos retoños: el pollo, hijo de la gallina, y el pollino, hijo de un asno. Cada una de estas palabras echará sus propias raíces y dará sus propios frutos.

Polluelo, Pollito De Pascua

Sigamos al pollo de la gallina

Apenas un siglo después de Covarrubias, el Autoridades de 1737, añade un nuevo significado a los ya existentes y dice que: se llama pollito “al muchacho de poca edad”. Y en la edición de 1803 la RAE afirma que se llama pollo “al hombre astuto y sagaz”. Y en la de 1869 añade una nueva extensión: se llama pollo al “mozo de pocos años, zagal”. De ahí que Gabinete Galigari, siglo y pico después, pueda cantar lo de “pollo, otro bollo” refiriéndose a un camarero, supuestamente joven.

Benito Pérez Galdós, en la novela Narváez, de sus Episodios Nacionales. Narváez, publicada en 1902, ofrece una particular historia sobre esta palabra. Dice así:

“El llamar pollos a los muchachos es uso moderno, y data del 46; lo inventó, una dama muy linda, en una reunión aristocrática. Oía esta señora las arrebatadas declaraciones de un jovenzuelo tan elegante como atrevido, y aunque las oía con agrado, hubo de contestarlas con una negativa graciosa. ¿Por qué?, preguntó el mancebo. Y la dama respondió: Porque es usted todavía demasiado pollo».

La frase fue de las que caen en terreno fértil: hizo fortuna, sin duda como flor nacida en tales labios, y nombre de pollos tuvieron ya todos los jovencitos bien vestidos y arrogantes que buscan dotes o pretenden los favores de mujeres hechas, más o menos casadas, bien o mal avenidas con sus esposos.  

Burro, Burrito, Pesebrera, Animal BebéEn cuanto a pollino, en 1803 el RAE define así, amén de borrico, “al sujeto simple, ignorante o agreste”. Domínguez, en 1853, va un poco más lejos: “denominación satírico-burlesca, metafóricamente aplicada a todos los sujetos demasiado estúpidos, ignorantes, necios, simplones, palurdos, rusticones, aprestes, imbéciles, zafios, etc». En fin, lo que viene siendo un gilipollas. 

LA ETIMOLOGÍA CONFUSA DEL GILIPOLLAS

Gilipollas tiene una etimología confusa. Sobre ella hay mucha leyenda y mucha tinta vertida. Lo máximo que se puede afirmar acerca de ella es que es un compuesto del caló jilí: “inocente, cándido”, y de polla. Pero, como hemos visto, esta polla puede tener muchos padres. La versión más curiosa y legendaria es la de atribuir el origen a un episodio ocurrido con las hijas – las pollas- de don Baltasar Gil Imón de las Matas, fiscal del Consejo Real de Castilla en el siglo XVII, que fueron obligadas por su padre a pasear por Madrid con hábitos de monja por contravenir unas órdenes del rey referentes al modo recatado en el que tenían que vestir las mujeres de la época. De este modo las pollas de don Gil estuvieron en boca de toda la Corte y pasarían a ser la “gilipollas”. Incluso hay quien dice que el verdadero gilipollas fue el padre, por ser tan riguroso. Pero esto, como digo, son interpretaciones y leyendas. 

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