El voltio del voltaje y su historia (casi) de miedo

En este primer cuarto de siglo ha surgido una nueva preocupación, que se suma a las ya viejas del cambio climático, la superpoblación y, en definitiva, los efectos que la Humanidad ejerce en el planeta.

Me refiero a la Inteligencia Artificial y sus posibles e inesperadas consecuencias.

Sin embargo, este problema, tan actual, no lo es tanto. Ya en el siglo XIX hubo muchas voces que se alzaron contra los peligros que suponía el avance de la ciencia y de la técnica. De aquellas voces surgieron palabras nuevas que acabaron por incorporarse a nuestra lengua, y han llegado a formar parte a nuestro léxico más cotidiano. Palabras como galvanizar, voltio o voltaje nos remiten a aquella época y aquellos miedos.

La más antigua de las tres es galvanizar, que entra en el diccionario casi un cuarto de siglo antes que voltio o voltaje. Y esto tiene sentido puesto que, en cierto sentido, estas dos últimos son consecuencias de la otra.  

En castellano, galvanizar tiene cuatro acepciones, pero nos vamos a centrar en dos de ellas, las más importantes:

  1. Por un lado, significa cubrir un metal con una ligera capa de otro metal por medio de la corriente eléctrica o por otro procedimiento, especialmente, cubrir el hierro con una capa de cinc para que no se oxide.
  2. Otra acepción, y la que aquí nos interesa, es someter a un ser vivo o muerto a la acción de la corriente eléctrica para provocar movimientos en sus músculos y nervios.

Esta segunda acepción procede del apellido de Luigi Galvani, un conocido médico italiano del siglo XVIII, nacido en Bolonia en 1737 y que hizo célebres sus experimentos con ranas decapitadas a las que tocaba con la punta de su bisturí previamente electrificado en los nervios de las patas y conseguía que se contrajeran los músculos del animal. Galvani achacó estos movimientos a un fenómeno que él denominó “electricidad animal”.

Por supuesto, no todos los científicos estaban de acuerdo con esta teoría. Y entre sus opositores se encontraba otro científico italiano, Alessandro Volta, quien atribuía las contracciones de los cadáveres de las ranas a la acción de los conductores metálicos empleados.

Voltio y voltaje, en una pila y en una peli

El tiempo ha demostrado que los dos tenían razón, pero ese es otro asunto. Aquí lo que importa es que los estudios de Volta nos trajeron la pila eléctrica y, en su honor, el castellano posee las palabras voltio y voltaje, que la RAE incorpora a su lexicón en 1899.

No es raro escuchar hoy en día la palabra «voltaje» referida a películas de acción, aunque este sentido aún no lo recoge ningún diccionario. Sin embargo, no es infrecuente escuchar que tal o cual película es de “alto voltaje”, sin que aquí voltaje tenga nada que ver con los voltios ni con la electricidad.

También existe una derivación jocosa de la palabra voltio, entendida como “darse un voltio” en el sentido de “dar un pequeño paseo o darse una vuelta” y que, esta sí, la recoge el DRAE y la define como locución festiva y coloquial.

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No tan festiva es la anécdota que ahora relato y que tiene relación con el doctor Galvani. En concreto con su sobrino Giovanni Aldini, también científico y seguidor de las teorías de su tío.  El 18 de enero de 1803, un tal George Foster muere ajusticiado en la horca, acusado de haber matado a su mujer y su hija ahogándolos en un canal. El cadáver es llevado a la casa del científico Aldini, el sobrino de Galvani, para que este haga un curioso y tétrico experimento.

Le conectaron un electrodo en el ano y otro en la cabeza y pasaron corriente eléctrica. Todo lo allí ocurrido quedó registrado en el Registro de Ejecuciones de Newgate, ciudad donde tuvo lugar el suceso. Y el registro informa de que “en la primera aplicación del proceso en la cara, las mandíbulas del criminal fallecido comenzaron a temblar, y los músculos adyacentes estaban terriblemente contorsionados, y un ojo estaba realmente abierto. En la parte subsiguiente del proceso, se levantó y apretó la mano derecha, y se pusieron en movimiento las piernas y los muslos».

Varios de los presentes creían que Forster estaba siendo devuelto a la vida y un hombre, el Sr. Pass, el bedel de la Compañía de Cirujanos, estaba tan conmocionado que murió poco después de irse.

Del voltaje a Frankenstein en tan solo 15 años

Esto ocurrió, como queda dicho, en enero de 1803. En enero de 1818 Mary Shelley publica Frankenstein o El moderno Prometeo, un alegato contra los peligros de la ciencia mal empleada.

La criatura del doctor Frankenstein se convirtió de inmediato en uno de los monstruos más entrañables y famosos de la historia y que, al contrario que los doctores Galvani o Volta, no ha dado ninguna palabra en nuestra lengua.

(Este post forma parte de la sección Te Tomo la Palabra que cada sábado se emite en el programa Gente Corriente de Canal Extremadura Radio. Puedes escucharlo aquí)

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