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Follón es una palabra que con casi toda seguridad hace pensar en el Quijote y, por ende, en las novelas de caballerías. En efecto, don Quijote dice en el capítulo 29 de la segunda parte, “mira que de malandrines y follones me salen al encuentro”, que es la cita que sirve de autoridad al diccionario de la Academia de 1732. Un diccionario, por cierto, que, a la hora de definir el término aporta un buen número de sinónimos: holgazán, flojo, perezoso, negligente, pero también pícaro, ruin, cobarde y de viles operaciones.
Su origen es la palabra latina follis, que significaba fuelle, pero también hacía referencia a los carrillos hinchados de aire o las bolsas de cuero que se empleaba para meter el agua o el vino y de ahí pasó a denominar vulgarmente a los testículos, pero ese es otro asunto.
Lo que nos interesa es que este follis daría a su vez el verbo latino follicare, soplar con un fuelle y, por extensión metafórica, jadear o resoplar. Pasa al castellano como folgar, manteniendo, en principio, el mismo significado que la voz original latina, pero tuvo una evolución curiosa. Como otras muchas palabras latinas, aspiró la efe inicial y la o diptongó en ue para convertirse en la palabra juerga, o simplemente enmudeció la efe inicial y se convirtió en holgar, que es de donde proviene la palabra huelga. En ambos casos el sentido era metafórico pues la juerga y el holgar – incluso la huelga – se entendían como un respiro, un soplo de aire que se toma uno entre trabajo y trabajo. Otro de los significados primeros de la palabra holgar era el ayuntamiento carnal, es decir, follar, que es una expresión que ha hecho fortuna y que es fácil de entender la relación que hay entre “el ayuntamiento carnal” y el resoplar como un fuelle. El que lo probó lo sabe.
Pero, entonces, ¿qué tiene que ver este follón con eso que en la actualidad entendemos como meter ruido, formar alboroto, ser un follonero?
Para Covarrubias, 1611, proviene del latín follis, fuelle, que es, después de todo, un aparato hinchado, vano y hueco y de poca utilidad. De ahí a interpretarlo como hombre vago, inútil y cobarde no habría más que un paso. Esta acepción en la actualidad convence a pocos lexicógrafos. Corominas ya la dio de lado. Él tenía la idea de que el follón es una asimilación de la palabra catalana felló (felón en castellano) y la francesa felon (pérfido, malicioso). No obstante, hay quien apuesta por que, más que una asimilación, se haya producido un cruce de significados entre ambos términos. A saber.
Pero no todos los follones son ruidosos. De hecho, a los cohetes que estallan pero no atruenan se les llama follones, como a los pedos o ventosidades que no hacen ruido. Ambos son follones, aunque discretos y silenciosos.
Así, pues, la palabra follón, follonero y follar gozan, a pesar de su edad, de una envidiable salud. Por cierto, no hay que confundir al follonero con el follador. El primero es el que organiza follones o participa en ellos; mientras que follador, para decepción de muchos, es solo “el operario que afuella en una fragua”. Al menos eso mantiene el diccionario. Le damos por buena la definición por no meternos en follones.
[Esta entrada forma parte de la sección semanal Te tomo la palabra, que se emite en el programa Gente Corriente de Canal Extremadura Radio. Puedes escucharla aquí.]