La palabra manzana tiene una historia muy sabrosa y muy antigua.
En la antigüedad, las comidas y las cenas solían comenzarse con un huevo pasado por agua y terminaban con una pieza de fruta, por lo general, una manzana. De ahí nació el proverbio “del huevo a la manzana”, en alusión a quien se ponía muy pesado explicando de principio a fin los detalles de cualquier nadería. Claro que los latinos no decían del huevo a la manzana sino “ab ovo usque ad mala”.
Mala es como los latinos llamaban a lo que los españoles en tiempos del Cid y de Berceo llamaron maçana y después, manzana. No obstante, la voz “mala” no desapareció por completo de nuestra lengua. Pervive aún en nuestro “melocotón”, que proviene de la expresión latina malum cotonium. Cuando el diccionario de Autoridades de 1734 tiene que darle una definición a la palabra manzana, le han brotado ya tres retoños, quiero decir, tres acepciones.
- La fruta del manzano.
- El pomo de la espada.
- El conjunto de casas contiguas que forman una a modo de isla con las calles que las rodean.
ETIMOLOGÍA DE LA PALABRA MANZANA
Sin embargo, nada se decía acerca de la etimología de la palabra manzana. El primero en reparar en ella fue Joan Corominas en su Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana de 1954-57 en el que nos cuenta que los romanos añadieron el calificativo de mattiata a la mala “en memoria de Caius Matius, tratadista de agricultura que vivió en el S. I antes de J. C.” Eso nos puso en la pista de los distintos estadios por los que pasó la palabra: mala, mala mattiata, maçana, mazana, manzana.
El Diccionario de uso del español de María Moliner, publicado en 1967, se hizo eco de la etimología de Corominas; sin embargo, el RAE no lo haría hasta la edición digital de 2014. Pero, ¿quién era el tal Caius Matius? En realidad, lo único que se sabe de él es que fue un noble romano del siglo I antes de Cristo, muy aficionado a la botánica, que en uno de sus experimentos con los pomares de su huerta dio con una variedad de “mala” tan mejorada que su fama corrió por el imperio y acabó por recibir su nombre: mala matiata. También sabemos que fue amigo de Julio César y de Cicerón, el cual lo describe en una de sus cartas como hombre sapientísimo y de trato de lo más amable. Estos son los únicos datos que nos han llegado, y casi por azar, de hombre que hizo tan grata aportación a la humanidad.
DE LA PALABRA MANZANA AL POMO Y A LOS BLOQUES DE EDIFICIOS
Volviendo a la definición del Autoridades, hay dos cosas más a aclarar.
La primera, la razón por la que el pomo de la espada recibiera el nombre de manzana. Esto tiene sentido desde el momento en que sabemos que “pomum” era el término con el que los latinos designaban a la fruta de árbol. De ahí que nosotros llamemos pomar al huerto donde se crían árboles frutales. Dicho esto, tiene lógica que en una pirueta poética se le concediera el nombre de pomo a todo lo que se asemejara a la carnosidad y redondez de una fruta, desde el puño de una espada al llamador de una puerta. Así, pues, de pomum proviene nuestro pomo, el pomelo y la pomada. Y también el pómulo, que significa literalmente fruta pequeña. En esta palabra nos encontramos de nuevo con el diminutivo latino –ulo/a, como ya vimos cuando hablamos de la palabra férula.
La siguiente acepción es más curiosa aún. Y no tiene nada que ver con el bueno de Caius Matius. Me refiero a la acepción de la palabra manzana como conjunto de edificios, recogida asimismo en el Autoridades de 1734, y que solo existe en la lengua castellana. Los latinos llamaban “domuum insula” a la isla o grupo de edificios contiguos. Eso explica que durante muchos siglos en castellano se la llamara cuadra o isla. Hoy en día los italianos usan la palabra isolato y los catalanes illa. Sin embargo, los portugueses dicen quadra y los franceses, paté de maisons. Y de esta última expresión es donde, al parecer, tomamos nosotros la palabra. Del maisons francés, que significa albañil, origen de nuestro mesón, y masón, entra en nuestro idioma en el siglo XVII, ya españolizado en la forma “manzana”.
Esto de llamar manzana a un bloque de casas lleva a mucha gente a creer que Nueva York recibe el nombre de la Gran Manzana por ser una isla llena de enormes bloques de edificios. Pues no. El origen hay que buscarlo en la facundia expresiva de los periodistas deportivos, esos mismos que llaman cancerbero a un guardameta y pírrico a una victoria menguada.
La historia de esta acepción de la palabra manzana es la siguiente. La expresión tiene su origen en los músicos negros de jazz. Al parecer, la usaban no solo para New York sino como sinónimo de ciudad grande. En 1909 la usa con este mismo sentido, y refiriéndose expresamente a New York, el escritor Edward Martin en su novela “El viajante”.
Más tarde la escuchará en boca de los mozos de cuadra el cronista del New York Morning Telegraph, John Fitz Gerald quien la usa para dar título a su crónica de carrera de caballos. Exactamente en su columna del 18 de febrero de 1924, escribe: «Solo existe una Gran Manzana y es Nueva York”. Se refería, claro, a que solo ganar una gran carrera en NY confería la gloria máxima a un yóquey. Pero, a pesar de su entusiasmo, la expresión no cuajaría.
Fue en los años 70, en los despachos de la Oficina de Turismo y Convenciones de Nueva York, donde se rescató la idea para una campaña de promoción de la ciudad. Y, ahora sí, New York se convirtió, a ojos de todo el mundo, en la Gran Manzana.
Para mí tiene sentido. Incluso sentido poético. En algún aspecto, New York es a nuestra época lo que Roma fue en tiempos de Caius Matius. Y así damos por concluida la historia de esta palabra, contada en detalle, ab ovo usque ad mala, del huevo a la manzana.
Puedes escuchar este episodio de Te tomo la palabra (en Gente Corriente de Canal Extremadura) pinchando aquí.l