Como a los del calendario maya les dé por acertar, el fin del mundo nos pilla haciendo cuentas con los dedos y deshojando la margarita de los mercados. Sería lamentable que con la de misterios que quedan por aclarar, con la de utopías que quedan por poner en práctica, con la de aventuras científicas y literarias que nos quedan por emprender, gastáramos el tiempo resolviendo el acertijo de algo tan vulgar como es la salud de las entidades financieras.
Con tanto número y tanto papel se no olvida lo que importa, la carne y el espíritu, se nos olvida situar a las personas por encima de las cuentas, que sobre el bienestar de los países está el bienestar de los ciudadanos. Es un horror que la prensa y la televisión no hablen más que de números, que los políticos no hablen de salud ni de educación, de futuro y esperanza, sino de cuenta de resultados. Un desastre para los que somos de letras.
Los que somos de letras lo tenemos más complicado para explicarle a nuestros hijos ese sinsentido de poner el país en manos de un equipo de personas que a la larga demuestra una absoluta incompetencia, que a pesar de dejar un reguero de desempleo y desengaño no sólo no le exigimos responsabilidades penales ni económicas sino que se lo pagamos con honores y un sueldo vitalicio. Solo se me ocurre una manera de volver a confiar en ellos: que imitaran el gesto de Julio Anguita, que renuncien a sus privilegios y a sus dobles y triples pagas del Estado y regresen a sus casas como lo que son, pobres hombres pobres. Pero quizás para eso haga falta haber leído el Cándido de Voltaire, aceptar que la vida es solo un viaje de iniciación en el que al final descubres que la felicidad siempre estuvo en el huerto de tu propia casa. Pero para eso tal vez hay que ser de letras.
Contraportada del periódico Extremadura