A mediados de los setenta alguien de la Administración debió sentir interés por conocer el grado de idiotismo de la gente y no se cansó de mandar cuestionarios a las aulas. Aún recuerdo uno que decía más o menos así: “Había una vez una mujer infelizmente casada con un tipo alcohólico. Una noche, después de haber abandonado a su amante en la habitación de un hotel, la señora miraba al techo mientras a su lado el marido dormía como un bendito. De pronto sonó el teléfono. Era el amante. Regresas a mi lado o me suicido, le dijo. La mujer se echó por encima cualquier cosa, se montó en el coche, y se encaminó a toda velocidad a detener la catástrofe. Fuera nevaba. Y, por eso de que las desgracias nunca vienen solas, en mitad de la nada se le estropeó el coche. Esperó a que pasara alguien y la ayudara, sólo que, en vez de la ayuda, apareció un tipo que la violó y la dejó medio muerta en la calzada”.
Teníamos que contestar a una sola y sencilla pregunta: ¿Quién es a tu juicio el culpable de esta violación? Unos respondimos que el marido, por capullo, que a un hombre cabal no le levantan a la mujer de la cama a media noche. Otros que la mujer, que antes de salir de casa debía haberse vestido como Dios manda, que ya son ganas de ir provocando. Los hubo, en fin, quienes culparon a la señora por adúltera y por tener un amante que la sacaba de casa a deshora. Y no faltó quien culpó al amante, por nenaza y por poner en peligro la vida de aquella mujer con su ataque de histeria. Solo una minoría contestó lo obvio y lo acertado: el único culpable era el violador.
No sé qué hicieron con aquellos cuestionarios pero, vistos los resultados, sirvieron de poco. Cuarenta años más tarde, la gente, incluyendo el Ministerio del Interior, sigue pensando que si te violan es que algo has hecho mal, que has ido por la calle equivocada, que vistes la ropa equivocada, que te juntaste con el tipo erróneo o que no echaste a tiempo las cortinas de tu casa. Cualquier cosa menos admitir que, en vez de cortarles de raíz las alas a los violentos, las fomentamos con cada ley, en cada costumbre, con cada comportamiento individual que veja a la mujer y la degrada.
Hay muchas formas de hacer que una mujer se violente y se incomode, y todas ellas legales y socialmente aceptadas. Conozco a tipos que hacen alarde de su hombría mirándolas en público como a chuletones, babeando y listos a hincarle el diente al menor descuido. Otros que les silban como a ganado, les dicen zafiedades al paso, y aún pretenden que las tomen por galanterías. Ser mujer implica soportar la mirada repugnante de los lúbricos, vigilar cómo vistes, con quién andas, por dónde andas. Y gente corriente, como usted y como yo, que consiente y ve normal este estado perpetuo de violencia.
Habría que rescatar aquellos viejos cuestionarios y estudiar la influencia de tanta película burda, tanta tele chusca, tanta conciencia sedada. Quizás nos sorprendería, como entonces, descubrir que el peligro no solo son los violentos, sino sus callados cómplices. Nosotros, los normales.
Publicado en el diario HOY el sábado 23 de agosto del 2014
Florián… las mujeres nacemos putas desde la cuna. Solo falta que desde antes de aprender a caminar, que algún hijo del gran macho de la cabra se le ocurra poner la mano encima a una mujer, aunque sea de dos años para que esta ya lleve ese estigma de maldita, zorra o como se nos quiera decir… Seguro que si de mayor tropieza con otro hermano del anterior, se le recuerde que desde chica apuntaba… pero bueno que se puede esperar de gentuzas