Bueno, vale, admito que me equivoqué. Confieso que, hasta hace bien poco, era de los que pensaba que el toreo era una barbaridad, qué le vamos a hacer. Yo era joven, los amigos, que son unos cabrones y no entienden de tradiciones, los libros que le llevan a uno por mal camino. En fin, que entre unas cosas y otras, caí de bruces en el pozo sin fondo del sentimentalismo.
Pero en el pecado llevo la penitencia: durante años he sido anti-taurino, pero, en mi descargo, tengo que decir que han sido unos años malísimos, nadando a contracorriente, arriesgándome incluso a que mi padre, acérrimo taurino, me desherede. Hasta que días atrás decidí sentarme a ponderar. Y ponderé. Y caí en la cuenta de mi torpeza cuando hombres sabios y de la talla de Joaquín Sabina y Vargas Llosa se declaran defensores de la Fiesta. Algo tendrá el agua cuando la bendicen, digo yo.
Qué clase de zopenco eres -me decía mi conciencia, que es muy bruta-, incapaz de emocionarte ante un bicho vomitando las entrañas por la boca. Evidentemente, algo fallaba en mi cabeza. Y lo que fallaba era que infravaloraba al género humano. No sé por qué, durante años me dio por pensar que nuestro sistema nervioso era semejante al de los animales y que sufrían y padecían y temían como nosotros. Ya ven qué tontería. Cuando todo el mundo sabe que Dios puso a los animales para uso y disfrute de nuestro aparato digestivo y, a los toros, amén de para eso, para que José Tomás se luciera con cuatro pases de pecho.
Ahora comprendo que cada día haya menos revistas literarias y científicas y más gacetas de fútbol, de caza, de pesca, de toros, de carreras de coches y de tenis. Por qué no: después de todo, la literatura es sólo palabrería que no sirve más que para dar por culo y para que la gente piense en manifestaciones y revoluciones sociales y cosas así, todas ellas, por cierto, muy ruidosas; mientras que los toros es la esencia de nuestro patrimonio cultural, ya lo ha dicho Esperanza Aguirre. Y el fútbol, ni te cuento.
Gracias a vosotros, amigos, Sabina, Aguirre, Llosa, he salido de mi ignorancia, tan poco patriótica. Apostato de mi antitaurinez. Acogedme sin reparos en vuestra hermandad como al más sumiso de los cofrades, porque nunca es tarde si la gilipollez es buena. Y para demostraros que no voy de farol y que ya soy todo un experto, os prometo que la próxima vez que Fernando Alonso toree en el Santiago Bernabéu me abono a sombra.