En la más remota Antigüedad, los hombres entendían el universo como un revuelto de dioses, hombres y miseria mal distribuida y no se complicaban la vida buscándole tres pies al gato. El mundo era demasiado complejo como para culpar a una sola circunstancia o a un solo dios. Fue a Tales, hacia el siglo VI a.C. al primero que le dio por decir que había un origen único en todas las cosas. Y, ni corto ni perezoso, fundó el Monismo.
En honor de los antiguos hay que decir que no hicieron ni mucho ni poco caso al tal Tales, pero ahí quedó la idea. En el aire, como las respuestas de Bob Dylan. Hasta que, seis siglos después, un judío llamado Simón, San Pedro para los íntimos, llegó a Roma para convencer a los europeos de que lo del politeísmo estaba más gastado que la palangana de Poncio Pilatos y que el último grito eran las crucifixiones invertidas y el monoteísmo. Y les convenció. Tanto, que a la vuelta de un par de siglos los niños salían al recreo al grito de “politeísta el último”.
A partir de ese instante, ni una mosca batirá sus alas sin el consentimiento del Monos, es decir, de Dios. Poco daba que unos le llamasen Jehová, otros Yahvé, y otros Señor, siempre y cuando fuera varón, mayor de edad, soltero y compartiera estilista con Demis Roussos. En honor a la verdad hay que admitir que aún quedaban gentes a las que esto de tener que elegir entre politeísmo y monoteísmo les parecía como elegir entre Rouco Varela y Rocco Siffredi, dos extremos de una misma obsesión, y que ellos preferirían quedarse en un término medio. La respuesta que recibieron de los monoteístas fue cálida y brillante: encendieron una hoguera en el medio de la ciudad, echaron dentro a los disidentes y dieron término a la discusión. Con tales precedentes, durante siglos, si alguien se atrevió a alzar la voz fue para gritar: viva el Monos manque pierda.
Desde Tales de Mileto a Carlos V, la idea era un solo dios, una sola bandera, una sola neurona. La globalización, vamos. Y cuando todo apuntaba a la feliz consecución de los objetivos, va y aparece Darwin y asegura que no venimos del Monos sino del mono. Lo que vino a decir es que de naturaleza divina, salvo la de Esperanza Aguirre, que es divina de la muerte y no se detiene ante el Monos ni ante una pareja de la guardia civil, ya hemos hablado bastante; pero, si lo que nos interesa es la evolución, pues que a Natura tanto le da un marsupial, un caracol, que un señor de Badajoz. A estos argumentos los monoteístas respondieron como Felipe González a Pilar Urbano cuando afirma que el rey y el 23F son uña y carne, diciendo que miente más que corre. El científico Stephen Hawking, de quien González jamás podría decir lo mismo, estima que en un plazo no mayor de cincuenta años será una necesidad colonizar la Luna. Nos echa del planeta nuestra estupidez y la fatiga, dice Hawking supongo que por no decir el Monos y el monóxido de carbono. Pero ya decía Quevedo – siempre habla un cojo-, que nunca mejora su estado quien muda de lugar y no de costumbres.
Publicado el sábado 5 de abril de 2014 en el diario HOY