El punto de partida de esta miniserie -consta de seis capítulos-, está trazado con los tópicos comunes a las series de género policíaco: una adolescente aparece muerta justo el día en que el jefe de la policía había decidido abandonar el distrito, solo que, tras una breve indecisión, resuelve implicarse en el caso hasta dar con el asesino. Todo muy normal y mil veces visto. Sin embargo, la serie se las apaña para añadir un elemento nuevo que la hace distinta y digerible. Puede que suene raro, pero, a mi parecer, este elemento fundamental es la tremenda, dolorosa percepción de la ausencia del personaje muerto, la representación del dolor desde el punto de vista más domestico y real, ese del cual, por lo general, huyen las cámaras de cine y que, al ser mostrado aquí tan desnudo y carnal, se convierte en asfixiante, estremecedor protagonista.
Cuando beses a tu hijo por la noche, decía el emperador Marco Aurelio, hazlo como si fuera el último beso que os dais en la vida, porque nunca sabe uno quién seguirá vivo al día siguiente. Esta es la esencia, la argamasa de ese dolor. Porque perder a un ser querido es terrible; quien más quien menos, llegado a cierta edad, ha pasado por esa experiencia. Y, por eso mismo, porque todos hemos padecido el desgarro de una muerte inesperada, se nos hace tan difícil mirar a la pantalla en esa toma en que la madre entra en el dormitorio de su hija muerta y la descubre con sus fotos, su ropa sobre la silla, el último libro sin leer sobre la mesilla, tal y como ella la dejó. Es imposible no sentir un nudo en la garganta cuando el padre, a escondidas, abre el ropero de su hija y esnifa con la desesperación de un yonqui el olor que su piel ha dejado sobre sus ropas de niña.
Es, en fin, un serie sobre un misterio a resolver, pero, y sobre todo, es una serie sobre el amor, sobre como la muerte agiganta las ausencias, sobre como la memoria nos martiriza por las palabras no dichas, los enfados ridículos, los abrazos que no fueron, los besos no dados.
A la mañana siguiente de ver el último capítulo yo me levanté la mar de cariñoso y sensible con mis hijos (mi hija tiene la misma edad que la niña asesinada) y hasta les preparé tortitas de chocolate para la merienda. Ellos se miraban entre sí con guasa y a mí me miraban con dos dedos de recochineo. Se conoce que para que te afecten ciertas series hay que haber llegado a cierta edad.