En la oscuridad de una sala de cine los ojos de mi hija son dos bengalas diminutas. Siendo generoso, creo que nos rodea una docena desperdigada de espectadores. Una lástima. Hay ciudades donde se han atrevido a bajar las entradas a tres euros y las salas se les han quedado pequeñas. La conclusión es que la gente sigue amando el cine, pero detesta el atraco a ventanilla armada.
En España, desde que en 1896 se proyectó la primera película, casi todos los cambios de interés están de un modo u otro relacionados con este invento. Para bien o para mal, nuestra cultura ha saltado de la bibliografía a la filmografía. Cuando un presidente español toma posesión de su cargo, no llega con un sistema financiero ni filosófico montado en su cabeza, lo que trae montada es una película. Zapatero solo es comprensible cuando se acepta que no tenía por referente a Pablo Iglesias sino a Frank Capra. Concretamente, el Frank Capra de Qué bello es vivir. Eso explica que permaneciera tan tranquilo mientras el resto de Europa temblaba con el repiqueteo de las primeras campanas de la crisis. Él creía escuchar a un ángel ganándose un par de alas. Del mismo modo, Rajoy, en su impostada distancia de hombre de Estado, no emula al Príncipe de Maquiavelo sino al Woody Allen de Toma el dinero y corre. Hasta imita su cara descompuesta del pardillo especializado en echar balones fuera.
No creo que tengan mala intención, es sólo que hablan otro idioma. Un idioma oscuro y raro que no entiende ni un camarero, que ya es el colmo del no querer que te entiendan. Un camarero es muy probable que tenga en idiomas idéntico nivel que Ana Botella, sin embargo, eso no le impide entenderse sin dificultad con el chino que le pide unas bravas y con el sueco que quiere un montadito. Un camarero entiende a cualquiera menos al político que le representa.
Lo sé porque al acabar la sesión me entretuve un rato hablando con el camarero del cine, un tipo con la carrera de magisterio echando chepa en un cajón del piso de su madre. Pretenden hacernos creer –me dijo- que nuestra mayor preocupación es que Cataluña rompa la unidad de España cuando, en realidad, España tiene más fracturas que la cadera del rey. Usted y yo, por ejemplo, no vivimos en la misma España que los políticos de primera división. Ellos viven en la España de los privilegios y nosotros en la que paga las facturas. La familia real, si lo analiza usted bien, vive en una España como de película moderna, pero usted y yo vivimos en una secuela de Torrente. En la España de ellos, la Justicia es como esa chica de los supermercados, siempre sonriente, flexible, y servicial, desplazándose rauda en patinetes. En la España que usted y yo conocemos es una vieja malhumorada y artrítica. Lo que no comprendo es cómo no sale más gente a gritar su rabia a la calle. El otro día hubo una manifestación y acudimos cuatro. Sale más gente por una cabalgata de reyes que por un primero de mayo. No lo entiendo. Y pensé yo: pues si no lo entiendes tú, que eres camarero.
Publicado en el diario HOY el sábado 11 de enero del 2014