Españoles (léase este artículo preferentemente asomado a un balcón, con el brazo derecho un poco alzado y con leve temblor en la mano): después de lustros de lucha contra las hordas comunistas, puedo al fin informaros de que, definitivamente, tras la última batalla librada el pasado miércoles en eso que el enemigo de la patria quiso llamar “huelga general”, la guerra ha sido ganada. Nuestros sudores nos ha costado, nadie piense que ha sido fácil. Porque si de algo ha estado bien servida esta tierra es de listillos pretendiendo hacer creer a la gente que todos somos iguales y que la tecnología y la educación podrían espantar a la crisis. Lo cual, amén de una solemne estupidez, es una blasfemia. Si Dios hubiera querido igualdad no habría inventado la Coca-cola y la Pepsi, Caprabo y Mercadona, a Faemino y a Cansado. Todos seríamos del Real Madrid, y sería aburridísimo. Y si hubiera querido que los españoles fueramos innovadores y científicos, nos habría hecho alemanes. Menos mal que por fin el pueblo ha entrado en razón. Ningún progresista de tres al cuarto podrá negarlo porque lo he visto con mis propios ojos: obreros burlándose de la huelga, pequeños empresarios que sólo cerraban sus negocios al paso de los piquetes, familias enteras haciendo de la huelga un día de romería. Y sin necesidad de pegar un palo. Eso sí, se nos ha ido una pasta incrementando la dosis de fútbol entre semana y colocando a muchos de los nuestros en los partidos de izquierdas, pero, compañeros, españoles todos, el esfuerzo no ha sido en balde: el pueblo ha asumido con entereza que hay jerarquías y que donde hay patrón no manda marinero. Ahora sí que hemos ganado la guerra. Estamos a un tris de colocar a nuestro país en la gloriosa altura que lo dejamos en el 75. Arriba España.
¿Optimista?
Ojalá nos quedemos en el 75 y la regresión no sea más aguda…
Un placer leerte, como siempre.
Suso