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Mancebo es una de esas palabras condenadas a pisar todos los charcos sucios.
El de la esclavitud, el de la servidumbre, el del machismo. A estas alturas de siglo ya nadie se ofende si le llaman mancebo o manceba -entre otras cosas porque ya casi nadie conoce el significado-, ni se es consciente de que la mayoría de nosotros vive o hemos vivido relaciones de amancebamiento, ni nadie se ve obligado a soportar que le censuren una canción si en ella sale la palabra mancebía, como le pasó a Miguel de Molina durante la posguerra española. Tuvo que sustituir aquello de “apoyá en el quicio de la mancebía”, de la famosísima canción Ojos verdes, por “en el quicio de tu casa un día”, que no tiene la misma fuerza expresiva, cierto, pero no hiere la sensibilidad de ningún oído, aunque esos oídos estuvieran escuchando la copla en el taburete de una mancebía bien pegaditos a las mejillas de una manceba, lo cual no tuvo que ser infrecuente.
QUÉ ES UN MANCEBO
Pero ¿qué es un mancebo? Pues, en origen, un ser humano comprado por otro ser humano. Un esclavo.
La forma primitiva de compra romana recibía el nombre de mancipatio, una palabra compuesta del sustantivo manus – que no solo significaba mano como miembro corporal, sino también, de modo metafórico, el poder jurídico que la mano del padre de familia ejercía sobre su familia y su hacienda -, y el verbo capere, que significa tomar, coger, capturar.
De este modo, el mancipium hace referencia a la totalidad de posesiones que caen bajo la responsabilidad de un pater familias. Y cuando decimos posesiones hablamos, por supuesto, y muy especialmente, de esposa, hijos, y esclavos. De ahí que, si en un principio el mancipus, fue el esclavo nacido o criado en el seno familiar, pasó a la lengua romance, ya bajo la forma mancebo, a designar al joven que entraba al servicio de una casa noble. Pasado el tiempo, extendió la significación a cualquier hombre joven.
Cuenta Joaquín Bastús en su Diccionario Histórico Enciclopédico una curiosa historia a propósito de la esclavitud que pone los pelos de punta:
«Seneca refiere que a un joven esclavo de Vedio Pollion, porque dejó caer un vaso y se rompió, su amo le condenó a ser comido de los peces que criaba en un gran estanque. El infeliz se refugió a los pies de César que aquel día comía con Vedio, y reclamó su protección. La atroz barbaridad del amo y la desesperación del esclavo conmovieron de tal manera al Dictador, que mandó romper delante de él los vasos de Vedio, y dio la libertad al esclavo culpable”.
Yo creo más bien que pilló a César en un buen día, o que quiso dar una lección de poder al airado Pollion, porque la vida de un esclavo para César, como para cualquier romano de la época, no era más valiosa que una cubertería, aunque esta no fuera de lujo. Los esclavos podían arrojarse a los peces con la misma impunidad con la que se echaban los restos de un filete a los cerdos, puesto que el esclavo no era nada ni nadie, solo un servus, un objeto de servidumbre, un animal que habla y que podía ser comprado y vendido.
EL MANCEBO NINI
Mancebo está registrada en los vocabularios de Nebrija, 1495, y en el de Covarrubias de 1611, donde se define al mancebo como “mozo joven, y se dice así porque vive bajo la tutela del padre y aún no goza de plena libertad, como si fuera, metafóricamente, un esclavo”. Pero el Autoridades de 1734 afirma que un mancebo es un “mozo o joven que no pasa de treinta o cuarenta años, también el oficial que trabaja por su salario ordinario en algún oficio o arte”. Si mezclásemos las dos definiciones tenemos a un chico que no llega a los cuarenta y que vive bajo la tutela del padre. Hoy a esto lo llamamos un “nini”.
Y cuando el mozo decide tomar la maleta y largase, decimos que se ha emancipado, esto es, que abandona el todopoderoso dominio de la mano del padre, cosa que, en nuestros días, ocurre la más de las veces cuando el mozo hace ya muchos años que dejó atrás la edad de ser considerado mancebo.
Y dejemos bien claro que cuando Covarrubias dice “mozo o joven” se refiere literalmente al mozo, al varón, porque a la moza no se le llama manceba, a no ser que quieras que la moza te cruce la cara.
En el Siglo de Oro habría sido una gran ofensa llamar manceba a una muchacha decente. «Este término – dice el Tesoro de Covarrubias – se toma siempre en mala parte, por la mujer soltera que tiene ayuntamiento con hombre libre, porque esto suele comúnmente acontecer entre mozos y mozas, pero se le confunde la significación extendiéndosele a significar cualquier ayuntamiento que no sea legítimo, cuando es continuado”. De ahí que se llame amancebamiento a mantener una relación marital no legitimada. Eso que ahora se dice prematrimonial.
Y si manceba es la mujer que comercia con su cuerpo, el lugar donde se congregan las mancebas ha de llamarse, por lógica, mancebía. Covarrubias, en su modo de decir, siempre erizado de sutilezas, la define como “casa pública de las malas mujeres”. Un siglo más tarde, en 1734, al Autoridades le parece que lo de “malas mujeres” no se ajusta del todo a la realidad y retoca un poco la definición: “lugar o casa donde habitaban las mujeres perdidas”. Da la sensación de que, si una mujer se pierde, ya sabe uno donde ir a buscarla.
Hoy en día ni manceba, ni mancebía se usan mucho. Ni siquiera mancebo. Tristes palabras tristes nacidas de una triste realidad. De vez en cuando, en boca de personas de cierta edad y en ciertos ámbitos, es posible escuchar que alguien llama mancebo al dependiente de farmacia, sea este joven o no. Aunque, en estos casos no es infrecuente que esa persona, en vez de farmacia, diga botica, que es otra palabra con historia, pero la dejamos para el curso que viene.
[Este artículo forma parte de la sección Te Tomo la Palabra que forma parte de Gente Corriente, programa semanal de Canal Extremadura Radio.]