Homer, carne de mito |
Los antiguos griegos y romanos llamaban efeméride a lo que dura un solo día, es decir, a lo efímero. Hoy se cumplen veintidós años de la primera emisión de los Simpson, y nada menos efímero que esta efeméride.
A la carne de Homer Simpson, inmortal y amarilla, le han bastado dos décadas para convertirse en el Homero de nuestro tiempo. Se sirve, como el griego, de una saga familiar y de un lenguaje simbólico y repetitivo para construir una mitología. Solo que Homero cantaba a un mundo idealizado de héroes y dioses y Homer canta a la estupidez humana, salvada siempre en última instancia por el poder redentor de la familia, es decir, de una mujer enamorada.
Porque bajo el mecanismo de esta comedia increíblemente eficaz, inteligente, divertida y ácida, subyace un feminismo agresivo: los únicos personajes dotados de cierta sensatez y únicos responsables de que el mundo no se vaya a pique en cada capítulo son las mujeres, Lisa y Maggie.
Un patrón que se ha venido repitiendo en muchas series, no siempre americanas y no siempre de dibujos animados. Los Serrano, Aquí no hay quien viva y muchos anuncios publicitarios sólo se entienden si se domina el idioma de los Simpson. Un idioma donde varón es sinónimo de material defectuoso.
Como caricatura no se le puede poner ni una pega. Pero justo por ser caricatura conlleva un matiz de crítica que requiere, para ser entendida, cierta altura intelectual. Emitir los Simpson en horario infantil es obviar los matices. Un niño puede interpretar como válido lo que sólo es literatura. Con Homero ya ocurrió. Y eso que Homero predicaba que en la guerra hay honor, en los dioses justicia y en los reyes salvación. El mensaje de Homer es más sencillo: todos los varones son tontos y la estupidez el único camino hacia la felicidad.
Publicado en la contraportada del periódico Extremadura