Pocas cosas me gustan tanto como tumbarme en la cama, sin hacer absolutamente nada, dejando vagar los pensamientos y con el estómago bien lleno. Es en esos instantes cuando tiene uno la sensación de que la vida merece la pena. A mi juicio, eso de “amaos los unos a los otros” es una frase dicha por alguien con las tripas en paz y en el secreto de que al cabo de unas horas le aguardaba una cena, aunque fuese la última.
Nadie escucha a los otros mientras no silencia los gritos de su estómago. Sólo con el estómago en calma la gente nos parece más guapa, los discursos más amables, el trabajo menos aborrecible y la patria un Edén, aunque vivas junto a un estercolero. Por el contrario, cuando el hambre aprieta, la gente es el enemigo; los discursos, palabrería; el trabajo, esclavitud, y la patria es un infierno del que hay que escapar aunque sea en pateras.
Ya decía Lin Yutang que el mejor camino hacia el corazón de un hombre pasa por su estómago. El estómago es la fábrica de todas las filosofías. El nos hace melancólicos, alegres, soñadores o revolucionaros. El fuego con el que estos días arde Oriente es en realidad un ardor de estómago. La gente tiene hambre. Vale que hay hambre de libertad, de mandar a tanto tirano a hacer puñetas, pero, es en un estómago insastifecho donde se gestan las revueltas.
Antes se decía que los españoles éramos muy viajeros y trabajadores, pero, desde que comemos caliente tres veces al día, se nos acabó el espíritu aventurero. Sólo la crisis hará que se desempolven las maletas.
Ya pueden hablar cuanto quieran los jefes de estado europeos y americanos respecto a la crisis de oriente. Oriente, África, India, Europa, en el fondo da igual. No habrá paz en el mundo civilizado mientras el resto del mundo no sienta paz en las tripas.
El problema es terrible, pero tiene solución. En realidad, el agujero de la crisis mundial se tapa con una cuchara. Lo malo es que hemos puesto esa cuchara en manos de gente sin corazón y sin alma, pero con un estómago a prueba de bombas.
Magnífico artículo el de hoy. PUede que tengas razón y que somos más apáticos ahora porque pensamos con el estómago lleno.
Esto me hace pensar, para las próximas elecciones, creo que no debo ir a votar en plena digestión, habrá que esperar las tres horas de rigor antes de echar la papeleta, no sea que recien comido vote a cualquier tarugo y se me corte la crisis.
Ug