La Novela de un literato de Cansinos-Assens es de una melancolía que duele. Cada página arrasa con las pocas ganas que le quedan a uno de escribir. Y, sin embargo, es un libro necesario, hermoso, que engancha y alimenta.
Si todo libro de memorias es un viaje en el tiempo, este es además un viaje por la zoología humana. Es curioso esto de la literatura. Resulta que Cansinos, como tantos otros, tenía eso que Luís Landero llama el afán, que es una manera breve de llamar a esa monomanía de la adolescencia que algunos hombres arrastran de por vida y que consiste en el sueño improbable de triunfar en la literatura.
A esta obsesión dedica Cansinos todo su tiempo y su energía. Con sus novelas y traducciones lo consiguió sólo a medias. Al parecer, llegaba a casa después de haber echado tres cuartas partes del día entre la oficina del periódico donde trabajaba de redactor y el café donde ejercía de bohemio y se ponía a escribir novelas, cuentos, traducciones. Cosas. Y como han hecho otros escritores antes y después que él, Cansinos, para calentar manos y meterse en faena, tenía la costumbre de anotar en una especie de diario aquello que considerase más importante del día.
En esto consiste la Novela de un literato. Retratos del natural que empiezan en el año 1882 y alcanzan hasta el comienzo de la guerra del 36. Un puñado de cuadernos que seguramente nacieron con más vocación de ejercicio y desahogo que con afanes literarios y que, no obstante, paradojas de la historia, son los que han salvado del olvido a Rafael Cansinos Assens.
Sus novelas hace tiempo que no las lee nadie. Ni falta que nos hace. Pero este libro. Este libro es una cura de humildad. Un ensayo sobre la vanidad. Quién esté interesado en el asunto encontrará en sus páginas un agujero por donde escuchar en directo la bohemia literaria del Madrid de entonces, una oportunidad única de contemplar a aquellos periodistas, políticos, cantantes, actores, taberneros, modistillas.
En un principio puede parecer un libro que va sobre escritores de sonada fama y sobre escritores de fracaso rotundo. Pero a un siglo de distancia, y viendo lo que el tiempo ha hecho con unos y con otros, descubrimos que el asunto principal no es la literatura sino la estupidez. Es como si Cansinos nos dijera desde la ultratumba: mirad, idiotas, si el talento y la energía de tantas generaciones la hubiéramos dedicado a la búsqueda de la felicidad en vez de arrojarlas al cerdo de la transcendencia otro gallo nos habría cantado a nosotros y os cantaría ahora a vosotros.
Porque la gloria literaria es solo otra manera de llamar a Dios, es decir, otro nombre para nombrar al miedo a morir, a ser olvidado. Los actores que entonces hacían soñar al público, los periodistas y escritores de fama que hacían suspirar a Cansinos, están hoy tan olvidados como lo estarán mañana Brat Pitt o como lo estará a la vuelta de la esquina Umbral y tantas otras estrellas relumbrantes.
Como en la canción de Serrat, sólo vale la pena vivir para vivir. Ese es el eco que queda al cerrar este hermoso libro.
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