Otra magnífica foto de Imelda R. |
Mi abuelo imaginaba el reino de los cielos como el sitio más estrecho del mundo, donde sólo cabían los justos. El autor del Apocalipsis debió pensar parecido. Según él, al final de los tiempos caerá la gran Prostituta, el Dragón será vencido y resurgirá la Nueva Jerusalén, donde sólo entrarán los justos. 144.000 para ser exactos. A mí me fascina esta idea. Esa Nueva Jerusalén. Es tanto como decir: vale que se acaba el mundo, pero sólo para dar comienzo a otro bien distinto. Mucho mejor.
Visto así, se da un apocalipsis cada dos o tres generaciones, aunque la mayoría ni nos damos cuenta. Sólo unos pocos son sensibles a estas mudanzas. Juan Manuel de Prada y cuatro más. Lógico que pongan el grito en el cielo: Ya no se escribe como se escribía, el cine actual es basura, se están perdiendo los valores, esta comida es una mierda, ya no hay música como la de antes, España se rompe. Cosas así. Son como aquel prestigioso crítico que en su día fue a escuchar a un nuevo compositor del que hablaban maravillas. Al día siguiente escribió: “elegancia, pureza y medida, que eran los principios de nuestro arte, se han ido rindiendo gradualmente al nuevo estilo, frívolo y afectado, que estos tiempos, de talento superficial, han adoptado”. El joven compositor era Beethoven. Y lo que escuchó la Novena Sinfonía.
Y es que el mundo no se muere, sólo se transforma. Por lo general, en algo más simple. Y no siempre peor. Hoy es el aniversario de Bécquer y de Cunqueiro. Dos formas distintas de emplear la literatura para un objetivo idéntico. Cambiar el mundo. Participar de la gloria, la Nueva Jerusalén. Influir, en definitiva. Uno apostó por lo sublime a través de lo complejo; el otro, por lo universal a través de lo simple. Adivinen cuál de los dos se salvó del apocalipsis.
Artículo publicado en el periódico Extremadura el 22 del 12 del 2012
ambos se salvaron..pero mucho antes del apocalipsis…