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Cerrado al desaliento |
El británico Clive Wearing padece una enfermedad que sólo le permite retener siete segundos de recuerdos. Su memoria es como el folio de un escritor sin talento. A la media cuartilla va a la papelera, y vuelta a empezar de cero. En la antigüedad se creía que las almas de los muertos, bebiendo un trago del río Leteo, quedaban limpias de recuerdos. El olvido las dejaba listas para el reciclaje, tras lo cual podían regresar a la vida embutidas en otro cuerpo. De lo que se deducen dos cosas, que los dioses andaban sobrados de cuerpos, pero escasos de almas; y que, si olvidas, renaces, pero ya no eres tú. El olvido es la muerte definitiva.
En las oraciones que al pie de la cama rezaban las madres romanas cuando iban a dormir a sus hijos había una súplica para que al despertar tuviera el niño el alma que le correspondía. Despertarte limpio de recuerdos o sucio de recuerdos ajenos, debe ser una faena. Yo me pregunto si no será eso lo que nos ocurre a los españoles. Por poner un ejemplo, pienso en las alabanzas a Felipe González con motivo de los treinta años de su primera victoria el 2 de Diciembre del 82. Sólo tienen sentido en quien se levantó con el alma amnésica.
Felipe González decepcionó a más gente que ZP, más que Aznar, más que Rajoy, de los que ya apenas esperábamos nada. El mayor mérito que puede adjudicársele a FG es el de ser el padre de la abstención en España. Los que en el 82 teníamos veinte años y depositamos en el bolsillo de su chaqueta de pana el voto imberbe de nuestra ilusión primera, llegamos a la treintena con una lección aprendida: que tras una promesa fácil se esconde un olvido más fácil. Torero de salón, nos citó con la izquierda y nos mató con la derecha. Aún sangra la herida. Si es que no me falla la memoria.
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