Era rara la mañana que no me cruzaba por el parque con ese señor jubilado paseando junto a un perro tan viejo como él mismo. Y lo de juntos es un decir, porque la verdad es que el perro caminaba siempre varios pasos por detrás, medio derrengado y con la lengua en ristre, como si acabara de examinarse para unas oposiciones a bombero. O a perro policía. Sólo que el perro ya no estaba en edad de opositar. Acababa de cumplir quince años, que es, según me aclaró el amo, como si un humano cumpliera cien.
LA FILOSOFÍA DEL PERRO
Yo de perros no entiendo mucho, pero me enternece la blanda paciencia con la que este hombre manejaba la vejez de su perro, que en realidad es una perra y se llama Amparo. La vejez -y esto no lo digo yo sino que se lo escuché al jubilado mientras Amparo, tendida en el suelo, nos miraba con la socarrona indiferencia de quien está de vuelta de todo-, la vejez, dijo, es un fastidio para cualquiera, pero las personas nos tenemos las unas a las otras mientras que los perros sólo nos tienen a nosotros. Y yo no supe qué responder porque a mí me parece que en esto como en tantas cosas las personas no somos muy distintas a los perros. Estamos a merced de que la suerte nos ponga en manos de alguien con un mediano corazón que no nos deje en la estacada en cuanto empezamos a desfallecer. Nos diferencia este modo de organizarnos al que llamamos civilización, que consiste, precisamente, en un edredón de vínculos con el que intentamos cubrir nuestra animalidad, ese miedo a la vejez, a la enfermedad, al yugo y a la mano violenta de los más fuertes y de los depravados. Somos perros organizados para no hincarnos los dientes los unos a los otros. Sólo que el menor golpe de viento, una guerra, una crisis, una herencia, un rencor mal cicatrizado, alza las esquinas del edredón y nos deja con el culo al aire y descubrimos que la dócil camada no es sino una jauría de lobos con los colmillos refulgentes de rabia y con sed de sangre ajena.
Yo no creo en el tópico de que los libros son la vacuna contra esa rabia animal, pero algo harán. Porque hasta el momento no hemos descubierto nada mejor que la cultura para inmunizarnos contra nuestros propios instintos. Entendiendo por cultura lo que desde siempre enseñaron la Filosofía y las Humanidades, es decir, ver en el otro a un perro tan desvalido y frágil como nosotros mismos. Y no quiero decir con esto que esté a favor de esa tontería tan difundida de que el que ama a los animales sea mejor persona ni tenga el corazón más predispuesto para la ternura. El que ama a los animales sencillamente gasta su moneda de afecto donde mejor le parece y punto. Los hombres somos una especie rara, fulanos contradictorios. Este mismo jubilado del que les hablo es un fanático de la tauromaquia. Esta mañana me he vuelto a cruzar con él. Llevaba la correa de Amparo en la mano, pero Amparo ya no estaba. Me enterneció ese rito de pasear su correa por el recorrido de siempre. Quince años queriendo a un perro bastan para doctorar a un hombre en humanidades.
Artículo publicado en el diario HOY el sábado 12 de octubre del 2013
Dices que es una tontería que el que ama a los animales sea mejor persona, es posible que tengas razón, pero lo que si creo es que quien hace sufrir a los animales no es de fiar, y menos si de ese sufrimiento monta un espectáculo en un redondel de arena.
Ocurre con mucha gente lo que cuentas de este señor que cuida y mima a su mascota, pero en cambio es un fanático de la tauromaquia. Esta contradicción se produce en la gente mayor, que desde niños han visto la "fiesta" de los toros como algo inofensivo, y nunca se han planteado lo que realmente es, una salvajada, que consiste en maltratar a 6 preciosos animales sometiéndolos a todo tipo de torturas para que "disfruten" unos cuantos majaderos (afortunadamente cada vez menos).
El que hace sufrir a cualquier ser vivo es un capullo que no merece el aire que respira. Claro que sí. Pero eso no significa que el tener pasión por una mascota -quizás debería haber empleado esa expresión y no la de "el que ama a los animales"-, sea sinónimo de ser mejor persona. Es generalizar demasiado. La Historia -incluso la historia, así en minúsculas, la de la escalera de un bloque de pisos-, está llena de tipos con mascota que son unos auténticos memos. Y es que las personas somos complejas. Difíciles de entender. Hitler amaba a su perro. A mi se me hace muy difícil entablar amistad con un tipo que ahorca a un galgo. Por ejemplo. Pero más difícil se me hace aún con quienes no son amables y considerados con los demás. Por mucho que quiera a su perro. O a su gato.
Ojalá fuera como dices. Yo también creí que entre la gente joven no existía esa cosa rara de amar con pasión a tu perro y sacar el abono para la temporada de la Maestranza. Pero te aseguro que no es así. Tengo amigas y amigos -aunque confieso que la mayoría son mujeres de apenas 30 años o menos- que darían la vida por su perro y medio sueldo por un palco en la plaza de la Feria de Abril. Así somos de raritos. Y te aseguro que estas personas no ven contradicción. Argumentan, con total convencimiento y sin que se les corra el rimmel, que el toro muere defendiéndose y en un acto artístico, y que no es lo mismo que ahorcar a un galgo en un olivo. Y no es por falta de cultura o de sentimientos. El toreo lo defiende, entre otros muchos, Pérez Reverte, que es un apasionado de los perros. En este asunto, como ves, lo de menos es la edad. Cada cual, hombre, mujer, culto e inculto, tiene su punto de vista. Al que falta por preguntar es al toro. Y al galgo.
Nada mas lejos de mi intención que iniciar aqui un debate sobre el asunto de los toros. Solo te diré dos cosas, el hecho de que los seres humanos seamos contradictorios, que efectivamente lo somos, no justifica las salvajadas, que hay que condenarlas siempre. Y por otra parte, Pérez Reverte, que es un gran escritor, no siempre está acertado en sus apreciaciones.
Creo que ambos compartimos la misma opinión respecto a los toros. Ninguno de los dos somos taurinos, por decirlo suavemente. Lo que yo maticé fue esa apreciación tuya de que el amor a los perros y la afición a matar toros se da preferentemente entre la gente mayor. El negocio de los toros se mantiene durante siglos porque las aficiones se regeneran. Y respecto a Reverte, igual podría haber dicho Alberti o Sabina, o Serrat. Su opinión al respecto me es tan válida como la de cualquier otro: yo no soporto ver sufrir a un animal aunque la muerte venga escrita en alejandrinos y cantada por los mismos ángeles. Así lo tengo escrito en decenas de artículos. Dicho esto, Alioscha, gracias por pasar por este blog. Un abrazo.