JUAN LUIS GUERRA, EL TIEMPO QUE SE ACABA Y UNA FOTO MALDITA

Un día me llamó Pepe Ayuso, el productor de espectáculos más importante de Extremadura, y me propuso contratar a Juan Luis Guerra. Yo, los que me conocen lo saben, llevaba, junto a mi hermano José, unos años dedicado a eso de la producción artística y, aunque en nuestro currículum contábamos con varios grupos de importancia, lo de Juan Luis Guerra y 4:40 era como entrar en otra división.
Lo hicimos y fue un éxito. Pero si echo la vista atrás, me sorprende como ocurrió todo y, más aún, lo que de aquel día ha quedado grabado en mi memoria.

Para empezar, todo surgió por una casualidad; en realidad, por el fracaso de un aficionado metido a productor: un tipo al que se le ocurrió la idiotez de traer a Frank Sinatra, creo recordar, a Badajoz, y que se pegó tal batacazo que para el siguiente concierto que tenía previsto (Julio Iglesias, si no me equivoco), se asustó y decidió abandonar. Hubo entradas devueltas, denuncias del ayuntamiento, espantada del empresario. Un follón. Pero todo ese barullo dejó en la cabeza de Ayuso, como un augurio de prestigio y propaganda, la idea de traer a una figura de renombre internacional a Extremadura. Y ese año, 1993, el hombre de moda era sin duda Juan Luís Guerra.
Ahora ni me acuerdo de los detalles, pero el caso es que firmamos el contrato. Una burrada de dinero que hasta pudor me daría decir ahora. Lo que importa es que Juan Luís Guerra llegó a Almendralejo y llenó la pista del polideportivo como no se ha vuelto a ver jamás.
Lo que más sorprende a la gente es cuando cuento que una de las cláusulas del contrato nos obligaba a enmoquetar los pasillos y los aseos del polideportivo, habilitados como inmenso camerino.
Sin embargo, el recuerdo que yo tengo de aquella noche es muy otro. Me recuerdo, junto a Ayuso, paseando frente a la puerta del camerino de JL Guerra, donde el artista se había encerrado desde primera hora de la tarde, buscando silencio, concentración.
Hay que decir que Ayuso y yo, por eso de que nos jugábamos en aquel lance un buen pellizco de honra y de dinero, pasamos unos días pre-concierto de verdadera locura, pero, cuando vimos el recinto lleno, nuestras finanzas a salvo, y cuando nos aseguramos que quedaba más o menos bajo control el inmenso ejército de camareros, guardias de seguridad, controladores, etc. que se precisa para poner en marcha semejante fiesta, decidimos que era hora de saborear nuestro triunfo. Necesitábamos, para amortizar la empresa, una foto con el famoso.
A mí esas cosas me dan un pudor tan grande que se comprenderá solo si digo que después de varios años de farándula y de codearme con un montón de gente de todo pelaje, no tengo ni una maldita foto de recuerdo, mal que ahora me pese. Dicho esto, se comprenderá mejor el apuro que estaba yo pasando, haciendo guardia frente al camerino del Guerra, esperando que lloviera café en el campo.
El representante de JLGuerra nos advirtió que nada de molestar al maestro, y menos con fotos, pero Ayuso no era hombre de los que se acobardaban ante un mánager, por muy dominicano que este fuese. Y allí estábamos, yo temblando de pudor y de nervios; Ayuso, con una pequeña cámara fotográfica entre los dedos. De pronto, llegó, porque todo llega, la hora de comenzar el show y al JL Guerra no le quedó más remedio que salir a la arena. En efecto, se abre la puerta del camerino y ahí que tenemos a todo un Juan Luis Guerra, el hombre del momento. Inmenso, delgado, con más pinta de profeta veterotestamentario que de cantor de bachatas. Ayuso no dudó en abordarle. Una foto, maestro. Y, contra todo pronóstico, Juan Luís Guerra dijo que sí. Mismamente como un rayo, Ayuso entrega la cámara a mi hermano, yo me coloco a un lado, Ayuso al otro. Muy apretaditos al famoso, fingiendo conocernos de toda la vida, enseñando dientes, tragando bilirrubina, masticando el chicle del pudor y del ridículo. Pero, ay, entonces mi hermano se lía con los botones de la cámara, el flash que no prende, Ayuso que trata de explicarle el manejo, y el Guerra, seco, firme, contundente, nos dice: se acabó el tiempo. Y, en efecto, se acabó todo. El tipo grande se fue hacia el escenario. La gente bailó de lo lindo, todo el mundo se lo pasó en grande. Pero Ayuso y yo, apostados en un rincón de la barra, mirábamos el espectáculo, mirábamos la dichosa cámara, mirábamos los posos de un puñado de gintónic en los que buscamos consuelo, miramos la noche marchar, hasta que al final nos dio por reír y nos sumamos al baile común. Digna estampa, caballero. El baile más caro y prestigioso del que jamás he formado parte, aunque no tenga foto con la que demostrarlo.

2 thoughts on “JUAN LUIS GUERRA, EL TIEMPO QUE SE ACABA Y UNA FOTO MALDITA

  1. luis guerra tiene gran suerte no tener que sentir lo que se siente. si algun dia se encontrase en campo contrario, seguro odiaria esa parte de si mismo….aunque seguro habra gente que se hace la foto con el mas por gran respeto por ese, por amor, por gana de tener la misma para verla y tener la guardada en baul de los recuerdos, en lo mas hondo de corazon y de veces cuando, con el paso del tiempo poder ver la y asegurar se que ese momento realmente existio.

  2. Esa tarde todavia la tengo en la memoria a pesar de mis ocho años juan luis guerra paseando por las calles proximas al polideportivo municipal y las mercedes, con tres o cuatro mas y de los mas tranquilo.

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