INVASIÓN

Mi pueblo era un lugar tranquilo hasta que lo ocuparon los extraterrestres. Ha sido una invasión pausada, pero constante, sin freno ni marcha atrás. Aún en los años sesenta, cuando yo era un chiquillo, pasaba alguno por las calles y deteníamos el partido de fútbol para mirarle el paso lánguido y ruidoso que asustaba a las madres. Eran seres incomprensibles a los que nadie auguraba mucho futuro porque les costaba respirar y subían las cuestas rezongando. Pero ganarse la confianza de los poderosos fue su estrategia para dominar el mundo y convertirnos en sus esclavos.
Nos hicieron creer que con ellos la vida sería más cómoda y eficaz. Y fue casi una imposición el que cada familia diera cobijo a una de estas criaturas. Camuflados bajo nombres simpáticos y vagamente humanos, Ford, Chevrolet, Renault, creímos que traían buenas intenciones.
Ahora, cuando ya sabemos que se alimentan de nuestro aire, que devoran nuestros recursos, que matan a cientos de miles de humanos cada año, a sus espaldas les llamamos coches o carros, pero ya es un insulto sin valor. En mi pueblo viven más extraterrestres que humanos. Son los dueños del paisaje. Para ellos se asfaltan los suelos, se reajustan las ciudades, se diseñan las casas. La mitad de un jornal es para su alimento y su manutención. Dueños y tiranos del mundo, recorren las calles con la inmunidad del conquistador. Sus muertes son las únicas que no se consideran asesinatos sino accidentes.
Por eso ya no hay niños jugando por las calles. Sólo ruido. Hasta el canto de los pájaros ahogan con sus bocinas y su respiración metálica. A la mezquina franja por la que se permite a los humanos alcanzar las aceras la llaman paso de cebras porque para ellos sólo somos ganado. Va siendo hora de organizar una resistencia

 

                                                                                           
Publicado en el Periódico Extremadura

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