Todo escritor con algo de picardía sabe que si nombra la palabra indignación en un artículo de periódico ganará un puñado de lectores que se arrimaran a su columna como moscas a un caramelo usado. Y es que, con la que está cayendo, todos, en un grado u otro, estamos con la indignación hasta el cuello. Pero de qué sirve indignarse, qué cambia, qué arregla.
Y todo esto viene a cuento de que acabo de leer el panfleto de Stephane Hessel, Indignaos, y me he quedado frío. Seguramente el hombre lo ha hecho con la mejor de las intenciones, pero sigo sin entender a qué se debe ese éxito editorial sin precedentes ante una obra de tan poca novedad. Casi estoy por decir que tiene más sustancia el prólogo de José Luís Sampedro. Stephane Hessel, como solución a la crisis económica y social de occidente, aboga por la revolución pacífica, pero yo desconfío de las revoluciones pacíficas. Sampedro y otros como él hicieron en España una revolución pacífica contra un dictador y el dictador murió en la cama y sus secuaces siguen, de un modo u otro, en el poder. Stephane Hessel, sin embargo, perteneció a la resistencia francesa, que no fue nada pacífica, y echaron a los nazis de su país. Digo esto no porque esté a favor de la violencia armada sino porque estoy en contra de los que creen que al matón del recreo se le gana con retórica.
Yo recuerdo cuando mataron a Miguel Ángel Blanco. La gente salió a la calle por miles, por cientos de miles, en una manifestación pacífica donde, con las manos pintadas de blanco como símbolo de paz, reivindicaban el fin del terrorismo. Y qué pasó. Pues que los vendedores de pintura blanca hicieron el agosto, las televisiones alcanzaron picos de audiencias inusuales e hicieron su agosto, hicieron su agosto los bares, los cafés y los vendedores de periódicos, pero ni Miguel Ángel Blanco volvió a la vida ni los terroristas entregaron las armas ni la justicia afiló los dientes. En conclusión: la gente se indignó, salió a la calle pacíficamente, reclamó lo suyo y le dieron lo que suelen, es decir, nada.
Esto de la indignación de Hessel me recuerda a lo que sucedía hacia el final del imperio romano cuando los bárbaros derrumbaban las murallas de occidente y se metían en casa y los intelectuales de la época como San Ambrosio o San Agustín andaban preocupados por temas tan importantes y acuciantes como el libre albedrío. Ni las vieron venir. Cómo no iba a derrumbarse mundo. Y lo que vino después fue la oscuridad, el fanatismo, la ignorancia de la Edad Media, no lo olvidemos.
Yo creo que la indignación debería ser el resorte que nos lleve a la acción, pero la acción no puede ser un golpe en el aire porque entonces nace el desánimo, el cinismo, la desunión, como tantas veces hemos visto. Si al matón del recreo no le paran los pies los profesores, qué les queda a los niños más débiles sino la emboscada o la humillación; si los tiranos mueren en sábanas limpias qué esperanza pueden tener los pueblos en organizaciones como la ONU o la OTAN; si los dirigentes democráticos se forran con el dinero público y labran zanjas insalvables entre su fortuna y nuestra miseria, qué nos queda sino mirar con resignación a los que deciden engañar al fisgo, hacerse cómplices y delincuentes a nuestro pesar.
Yo no creo en las revoluciones pacíficas porque toda revolución conlleva una lucha, ahora bien, hay que luchar con las mismas armas que el enemigo. Contra los bárbaros no se podía luchar con retórica bizantina, contra Hittler no se podía luchar con propaganda, y contra esta guerra capitalista en la que estamos ahora metido no se puede luchar comprando libros. Para la revolución que necesita esta guerra no valen las bombas ni los tiros porque el Dinero siempre saldría ganando. Pero hay una revolución posible, una revolución que está al alcance de la gente, siempre que surgiera una voz que uniera voluntades. Entonces sí que se pondría a temblar el sistema, sí que caería un tsunami sobre esta gente a las que las guerras sólo hace más ricos, los libros hace más ricos, y a la que nuestra indignación engrandece sus cuentas bancarias. Es una revolución sencilla, con un puñado de gestos que consisten, como en el cuento bíblico de Adán y Eva, en saber decir NO, aunque el ángel del Señor nos amenace con echarnos del Paraíso del Estado del Bienestar.
Si durante un mes se llevara a cabo este pequeño catálogo de gestos, estoy convencido de que el sistema se vendría abajo y obligaría a los gobiernos a escuchar, por primera vez en la historia, la voz de sus gentes:
.- Sacar el dinero del banco
.- No usar más transporte que el público (el petróleo es la sangre de todo el sistema financiero)
.- No usar móviles ni teléfonos más que lo estrictamente necesario
.- No gastar nada más que lo preciso para sobrevivir: ni cafés, ni prensa, ni internet, nada.
.- No viajar
.- No comprar comida en supermercados: mejor en Plazas de Abastos y a hortelanos.
.- No votar
El día en que despaparezcan los 'matones' de los patios de los colegios, este mundo habrá triunfado. Pero ojo… Un matón no nace. Se hace. Y de eso somos todos responsables. Un abrazo.
lo que dices en bien cierto, pero tambien dificil de cumplir. El dia a dia del simple mortal está lleno de entrebancos para seguir. Si encima no te puedes permitir hablar con tu pareja por telefono ya que con las largas jornadas de trabajo ni os veis, no tomarte un cafetito con los amigos, etc… entiendo que esta es una visión egoista, pero en este mundo tan complicado, las acciones ya están más que decididas de antemano, aunque nadie nos quite el derecho a la pataleta…
Es muy romántica tu propuesta, pero no te apures Florián, el propio sistema se ha encargado de que sea inviable, porque… ¿cuántos empleados de banca, de gasolineras, de concesionarios de vehículos, de bares, restaurantes, cafeterías, quioscos de prensa, librerías, pilotos, azafatas, maquinistas, conductores, taxistas, cajeros, reponedores, encargados, etc… y por supuesto políticos y cargos, carguillos y carguetes varios, crees que secundarían tu propuesta con la sensación de tirar piedras contra su propio tejado?
Lo tienen todo muy pensado (el sistema es la propia trampa)… los que han de hacer la revolución están atrapados en la red y por si acaso tienen dudas ahi están los medios (la mayorái, digo) para apaciguar cualquier intento…
Ayyy! Suena bonito… Al menos me iré con media sonrisa a dormir… Buenas noches!
EM
Las revoluciones y contrarevoluciones ya se hicieron. Desde la cristiana primitiva con la exigencia de la igualdad de los hombres; hasta el bolcheviquismo contemporáneo, que viene a decir lo mismo; a pesar de sus sendos fracasos, hemos evolucionado y para bien.Sin embargo, y si hacemos lo que tú propones; ¿me quieres decir cuántos pasos debemos retroceder?. El rico que siga siendo rico para que no tenga problemas con el pago de nuestros jornales. Lo que tú quieres negar, es precisamente, el "Estado del Bienestar", que renunciemos a todo lo "bueno" que se ha conseguido. Las utopías hay que dejarlas estar, quedan muy bien en las charlas de casinos, pero no sirven oara nada.
¿las revoluciones ya se hicieron? ¿El fin de la historia? No lo creo. ¿De verdad que es difícil, Ana? No sé. Más difícil y utópico me parece a mi el sistema inhumano al que nos conducimos: todo para unos pocos y el resto sólo a pagar y callar. Eso es utopía, y se está logrando.
Por otra parte, y con esto respondo también a Kira y EM, mi idea, que por cortedad de alcance ni siquiera llega a propuesta, es que a un sistema que nos tiene esclavizados con el dinero sólo se le puede atacar con el dinero, no con las armas, porque siempre saldríamos perdiendo. Y ¿de verdad se acabaría el Estado del Bienestar por usar el sentido común aunque sólo fuera un mes? Qué triste, ¿no? Yo podría pasar perfectamente sin la tele, usando lo mínimo el teléfono, usando transporte público, no comprando nada que no me fuera de absoluta necesidad, ¿vosotros no? En fin, he escrito aquellos pensamientos que me vinieron a la mente después de leer Indignaos, y después de compartirlo con más gente, de comentarlo, de leer cosas por internet, me doy cuenta de que la segunda parte de este superventas debería ser "resignaos". Nos cuadra mejor.
Un saludo y gracias a todos por pasaros por aquí y por dejar vuestros comentarios.
Una anécdota Florián (con tu permiso): hace unos meses decidí hacer eso mismo que propones, no por secundar una revolución que no conocía sino por propia necesidad, paro laboral… escasez de recursos económicos y entre las que indicas, dejé de usar el coche… se quedó seco y la batería murió, al final me gasté en repararlo mucho más de lo que gastaba en transporte público… Lo tienen todo calculado, es una conspiración para que no dejemos de necesitarlos… Estoy contigo, !!a las barricadas!!
Hoy, a varias semanas de la publicación de este artículo, encuentro en la prensa nacional esta reseña que creo oportuna compartir con vosotros. Gracias por vuestros comentarios, Un abrazo.
http://www.eldescodificador.com/2011/05/05/%C2%A1reacciona/