Antes de entrar en casa me siento en los peldaños de la escalera a esperar a mi corazón, que de nuevo se me ha quedado rezagado por esas calles de Dios, como un perro sin amo, como un niño sin colegio, como un alma con las orejas machacadas por tanta propaganda electoral. Y sentado en estos peldaños contemplo un paisaje que da que pensar. Solo en este fragmento de calle que abrazo con los ojos hay un dineral en coches aparcados, en antenas parabólicas, en fachadas remozadas, en un alumbrado público que debe costar una pasta gansa, en un suelo cuyo asfalto es como una carísima piel de brea. Al menos de cara al exterior, vivimos en el puñetero paraíso. Ninguna otra generación gozó de tantos bienes materiales. Y, sin embargo, ninguna otra generación tan desencantada como esta. Yo acabo de llegar de una manifestación en favor de una democracia real, una manifestación que nace como un grito general y desesperado contra nuestra clase política, contra esta sensación de vacío y desesperanza que se ha apoderado de la calle, porque, tras esa cáscara de lujo, el paraíso ha resultado, como esas casas de Lorca, pura apariencia, cartón piedra: un temblor de tierra basta para echar el mundo abajo.
Hace unos años, no muchos en realidad, depositamos nuestra confianza en unos hombres que nos vendieron la idea de una Europa sin fronteras, con una moneda única que nos haría más solidarios, más fuertes, más libres. Una idea tan antigua como la propia Europa, y que a muchos nos cargó de optimismo. Luego nos cargaron de cadenas. En un par de décadas hemos descubiertos que esos hombres no eran políticos ni filósofos ni siquiera europeos, sólo mercaderes. Nos han llenado la calle de coches de lujo pero nos han desvalijado las ideas, nos han convertido en huchas que caminan, en alcancía para su boato. Esto es lo que reclamaba la gente en la manifestación: que devuelvan la honestidad a las instituciones, que no llamen democracia a este falso juego del monopoli que se tienen montado unos pocos. Hay que seguir gritando y pataleando hasta que nos devuelvan la utopía, y la fe en las utopías. Porque, ya ocurrió antes, el desánimo es la ventana por donde se nos cuelan los fanatismos.
Hoy, cuando en Europa se dilucida la ayuda economía a Grecia y Portugal, y todo lo que ello implica, la noticia del día es que han detenido al director gerente del Fondo Monetario Internacional por un supuesto intento de violación a una camarera en un hotel de lujo. Esta denuncia prosperará o no prosperará, pero, de entrada, lo que yo me pregunto es: a quién representa esta gente que hace años vive en hoteles de lujo a costa del dinero público. La violación será verdad o será un montaje, eso ya lo dirán los jueces. Lo cierto, lo irremediablemente cierto, es el hotel de lujo: la distancia insalvable entre su realidad y la nuestra.
Se acaba el día. La gente regresa a sus casas con la corazonada de que el cambio es posible. Yo también lo creo. Yo también necesito creerlo. Pero, por lo pronto, voy a entrar en casa con un hueco en el pecho del tamaño de un corazón desolado.
La CNT/AIT tenia este lema y lo estampaba en sus carteles:
"No queremos ser mercancía que se venda.
Somos y seremos lo que queramos ser
y no lo que quieran que seamos"
Pero para poder ser lo que uno quiere, debe poder construirlo. Hay que exigir que se den las condiciones. El relleno lo pone cada cual. Porque queremos seguir siendo libres, no?
¡Utopía sí, utopía no.Utopía mía de mi corazón! ¡Baja Manué!. En Cuba y en Corea viven en una utopía. ¿Has estado allí? Vete para allá, pero no de turista a un hotel de 5 estrellas. En cuba vas a tener mucho tiempo para meditar y para llenar el hueco de tu corazón y por supuesto, no vas a ver coches de lujo.
El citar ese viejo pensamiento de la CNT es una sugerencia, recordar un aroma, no para mentar la revolucion siempre pendiente del letal totalitarismo, sino para recordar que habra de partir de nosotros mismos la idea y la voluntad de que es lo que queremos ser. Sin que venga a decirnoslo un partido, la administracion del Estado, o los programas de ayuda a la cultura o a la agricultura.
No ser mercancia que se venda, sino lograr hacernos valer.
Espero que asi quede mas claro.
Saludos