Le pregunté una vez a Paco Umbral que si me concedía una entrevista y él me contestó que para qué y que quién era yo. Yo le respondí que yo no era nadie y que precisamente por eso necesitaba entrevistar a famosos, porque lo que yo quería era llegar a ser alguien, hacerme una firma, como se decía en los tiempos de Cansino Ansséns.
.- Así que quieres ser escritor.
.- Sí señor, para servirle a usted.
Se aproximó a mí, me palpó los codos y volvió a alejarse meneando la cabeza en señal inequívoca de desaprobación.
.- Un escritor novel debe tener los codos férreos, pues, más que su pluma, son los codos su mejor herramienta de trabajo. Con ellos tendrá que abrirse paso. Pero dudo mucho que tú, con esos cartílagos fofos…
Yo estaba empezando a desalentarme, pero insistí:
.- Sí, flojo de codos sí que ando, pero mi vocación…
.- ¿No me jodas que encima eres de los de vocación? -me interrumpió casi con una carcajada-, muchacho, con vocación se hace uno médico, ministro o, en el mejor de los casos, conserje en una tesorería, y de eso sospecho que tienes pinta tú; pero, para escritor, la vocación es un lastre, aquí lo que hace falta es oficio, ganas de triunfar, mirar por encima del hombro del compañero, copiarle el examen y aún así sacar mejores notas que él. Pero tú, con esas gafas, no creo que…
.- Hombre, don Paco, yo …
.- ¿Y de tobillos qué tal andas? .-
.- ¿De tobillos? .- pregunté sin alcanzar a entender la conexión. Don Paco, con la pericia de un arriero, me levantó una pierna y examinó la calidad de mi maléolo, raquítico y no muy lustroso.
.- Para ser escritor es necesario estar dotado de unos tobillos que den juego, como los de un futbolista. Quizás por eso la única literatura digerible de los últimos veinte años la hago yo y algunos futbolistas, que pintan metáforas horizontales sobre el folio verde del estadio. Pero volviendo a los maléolos, te advierto que son imprescindibles por varias razones, a saber: la mayoría de las cosas que se escriben en este país están escritas con los pies, lo cual es ya de por sí razón suficiente para tenerlos dóciles; pero, además, unos tobillos flexibles te permitirán esquivar las inevitables zancadillas de los envidiosos, las de los amigos y las de tu propio ego, ese bribón que se vende al mejor elogio. Sin olvidar las múltiples ventajas que aporta un tobillo obediente, sano y ágil a la hora de correr.
.- Sí, hijo, sí. En la vida de un escritor nada hay tan constante como la carrera, si acaso el trote. Se pasa uno la vida corriendo detrás del aplauso, de la fama que no llega, de la gloria que parece que se divisa allá a lo lejos y es siempre un rayo de luna becqueriano; corriendo tras el editor, corriendo tras el ministro o en su defecto tras el concejal de cultura que no acaba de soltar los duros del premio aquél; corriendo, en fin, delante de la esposa o del esposo al que prometiste en hora flaca tratar como una reina y te acusa con razón de darle mala vida, que ya se sabe como es de cabrón este oficio, chato.
.- Pues la verdad, don Paco, no me lo pinta usted bonito.- confesé en el pretil de la desolación.
.- Nada, hijo, nada. Tú abandonas ahora mismo la pluma, que las carga el diablo, y te vuelves al pueblo, que ya verás qué bien te va de conserje en un ministerio o en una consejería de esas muchas que se inventan ahora los políticos.
.- Sí, don Paco, yo me hago conserje, conserje.- repetía yo una y otra vez, hipnotizado por el verbo lírico del maestro.
.- Eso, tú deja el oficio a los profesionales de la pluma, tal que Antonio Gala y Boris Izaguirre, y dedícate a lo tuyo, que ya verás cómo me lo agradeces.- Y se fue calle abajo, tecleando los vientos con los dedos de seda de su fular.
.- Con mi primer sueldo le mando un jamón, don Paco.- le grité en pleno entusiasmo; pero ni se inmutó. Se conoce que no me escuchó el grito o que no le hacía ni mucha ni poca gracia la mano de cerdo.
Incluido en el libro La extraña familia de la que te hablé.