Menos mal que al año le queda poco, porque entre el waka-waka y el wikileaks me tienen que no sé si sacar el whisky o el wínchester. Está visto que lo mejor para que una noticia pase de puntillas es machacarnos con ella a todas horas. Acabas mirando para otra parte. Y es una lástima, porque lo que está pasando es gordo. Y eso que aún hay quien asegura que podría ser peor, que, comparada con la realidad, los secretos de wikileaks son chucherías que las sabían hasta los de la wikipedia. Puede ser. No digo que ‘wi’ ni que no. En cualquier caso, las filtraciones de wikileaks no son lo grave del asunto, sino que aceptemos con tanta naturalidad que vivimos sobre una letrina.
Nos hemos acostumbrado a que cada mañana, al levantarnos, el águila de Zeus nos muerda los hígados y a resignarnos, como si en vez de hombres fueramos Prometeo. Ya amainará un siglo de estos, nos decimos. Solo que, para un inmortal, desperdiciar un siglo, una generación o dos, carece de importancia, porque el tiempo no cuenta. Pero nosotros no somos Prometeo.
Se nos escapa el tiempo tan rícamente mientras arrojamos nuestro futuro al wáter por el capricho de unas pocas naciones que juegan a las walkirias con el mundo. Y ni sé por qué las llamamos naciones cuando queremos decir multinacionales. Ese es el quid de la cuestión. Más que la basura que airea wikeleaks, más que los traspiés de Zapatero, más que el declive de Obama, lo que realmente debería inquietarnos es el giro radical y descarado que ha tomado occidente hacia la derecha. Una derecha retrógrada y gris, con el alma tapizada en números. Qué ironía: nosotros que éramos los hijos de Prometeo, la esperanza de la humanidad y, a fin de cuentas, nos hemos vendido a una mafia para la que sólo somos warismos.
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