En algún lugar de Alemania a alguien se la ocurrido la feliz idea de crear una escuela de gladiadores para ejecutivos y banqueros. Y ahora que no funciona ninguna idea, ésta resulta que está funcionando. Si no fuera porque el invento es alemán, lo tomaríamos por niñería de extranjeros, que son unos cachondos. Y sin embargo no es ninguna chorrada. Son cursos intensivos en los que, amén de un duro entrenamiento en la arena, se inicia a los asistentes en el modo de vida romano, sus costumbres, su literatura, su cocina. Todo ello conducido por profesionales de la historia, del arte, del deporte y de los fogones.
En esta escuela entra un banquero con el vigor cariado de estrés y a golpe de mamporro y versos de Virgilio le dejan la autoestima más limpia que la patena. Y el bolsillo también. Ahí está el negocio. Lo que no me explico es por qué en Extremadura no tenemos escuelas de éstas, siendo como somos los más cosmopolitas de Europa. Educados como espartanos, sumisos como chinos, incomunicados como tibetanos, pobres como griegos, resignados como portugueses, liados como la pata de un romano. No tendremos el carné de gladiadores, pero nadie recibe como nosotros mandobles y sablazos, tan callando. Como sea cierto que tipifican la resistencia pasiva como delito, aquí vamos todos a chirona, porque a pasivos no nos gana ni la protagonista de Historia de O.
Mandaríamos uno de nuestros políticos a Alemania a espiar el funcionamiento de la dichosa escuela si no temiéramos que habría de aprovechar el viaje para conocer a fondo la zona VIP de la Bundesliga. Él, su mujer, sus niños y sus suegros. Y que volvería después de un mes cargado de facturas más gordas que si hubiera comprado la mismísima espada de Espartaco, y sin proyecto.
Contraportada del periódico Extremadura