Tome usted un periódico y, como si fuera una margarita, arránquele los pétalos que hablan de los grandes partidos del momento, el Brasil Alemania, Israel partiendo Palestina o Rusia partiendo Ucrania. Le quedan unas hojillas de nada dedicadas casi en exclusiva a despotricar contra Podemos y a cantar las maravillas de las nuevas reformas fiscales y laborales del Gobierno, gracias a las cuales, a decir de sus expertos, estamos saliendo de la crisis.
Pues bien, con todos mis respetos, yo no creo en las reformas fiscales y mucho menos en las reformas laborales. Ni en las actuales ni en la de los últimos tres mil años. Si lo piensa usted bien, no han hecho más que darle vueltas a esa rueda de molino con la que quieren convencernos de que el trabajo es salud y que hay que comer el pan con el sudor de la frente. Pues no, señores expertos. Comer pan con sudor es una cochinada que cualquier nutricionista desaconseja. Y cualquier reforma laboral que no apunte a la completa desaparición del trabajo no es una reforma, es una completa mamarrachada.
Decía Pío Baroja que en España no se paga el trabajo, sino la sumisión. Y eso que a él le gustaba su trabajo, que en eso ni parecía español. Hablarle a alguien así de la abolición del trabajo es como hablarle a un adicto al bondage de abolir los azotes. Pero para una persona normal trabajo significa salir por obligación de tu casa a realizar una peonada a cambio de un salario, donde la palabra clave es “obligado”. Esa es la madre de todos los conflictos. Ahora Google vaticina que un día no muy lejano las máquinas suplirán a los hombres en el trabajo, y este santo oráculo, para el asombro de cualquier alma sensible, ha levantado oleadas de indignación entre la clase obrera. Vamos a ver, almas de cántaro, entiendo que se quejen los que no quieren ver sus embarcaderos repletos de feos culos proletarios, pero que se queje un obrero no hay dios que lo entienda. Si hasta Jesucristo les dijo a sus apóstoles que dejaran de trabajar y le siguieran, que fue como decirles, dejaros ya de tonterías y vamos a lo que importa. Pues ni por esas.
Uno de cada seis alumnos españoles no tiene ni idea de habilidades financieras, según ha dicho el último informe PISA, como si eso fuera un insulto. A mí no me preocupa ese uno, me preocupan los otros cinco, los que van a usar las habilidades financieras para seguir enredándonos con reformas laborales que no llevan a parte alguna. Hoy es el cumpleaños de Pablo Neruda, un tipo que se cambió de nombre para ocultarles a sus padres su vocación de poeta. Ellos le habrían preferido contable. Menos mal que no les hizo caso y se dedicó a escribir: “yo trabajo y trabajo para llenar de pan las tinieblas, para fundar otra vez la esperanza”. Esa reforma laboral de la que presumen los expertos consiste en convertirnos en autónomos autómatas por ochocientos euros al mes, y encima alegres y sumisos. Pues me van a disculpar si no me levanto a dar saltos de euforia. Llámenme vago, pero prefiero el futuro de Google y la esperanza de Neruda.
Publicado en el diario HOY el sábado 12 de julio del 2014