En un espectáculo hay tantos espectáculos como ojos de espectadores. Que cada cual siente, disfruta o se aburre y cuenta la fiesta a su manera, es algo que ya sabemos y que no deja de tener su lógica. Pero es sorprendente -y edificante- el comprobar, una vez más, que hay quien acude al teatro con las alforjas cargadas de prejuicios, y eso amordaza los aplausos y predispone los bostezos y la crítica amarga. Y los más prejuiciosos, la propia gente del teatro. Digo esto porque ayer fui al Teatro Romano de Mérida a ver El viaje de las Heroidas de Karlik Danza-Teatro, y esto es lo que vi:
En las gradas unas mil quinientas personas, lo cual que dejaba al teatro un poco deslucido, con unas dos mil localidades boquiabiertas. Menos mal que en cuanto se apagaron las luces, las butacas cerraron las bocas y el desconsuelo fue menor, casi imperceptible.
La temperatura, ideal. Ni una brizna de viento y, como durante el día hizo tanto calor, el cielo mostraba una piel hermosamente tostada de estrellas.
A un par de filas de mi asiento, varios tipos del teatro extremeño: un par de directores de esos de toda la vida, un conocido programador, dos o tres acompañantes, supongo que aspirantes a actores. Ya desde antes de empezar les escuché sus risitas, las críticas divertidas e irónicas. Me dio en la nariz que sólo habría una manera de que el espectáculo les resultara digno de elogio: que sus nombres apareciesen en el programa. Y como eso no iba a ocurrir, estaba cantado que tampoco ellos iban a ser clementes.
En la escena: la compañía extremeña Karlik Danza-Teatro haciendo lo que saben hacer y lo que, con mejor y peor fortuna, llevan haciendo durante los últimos veinte años: danza, acrobacias, coreografías, recitado de textos. A todo esto se le sumaban cinco músicos extraordinarios, interpretando una partitura que por momentos recordaba pasajes del Muro de Pink Floyd (sí, ya sé que es mucho comparar, pero es cierto que había momentos en que los acordes traían ese aroma de asfixia y tremendismo de los Pink Floyd), y en otros instantes parecía ópera rock, del tipo Jesucristo Superstar. Eso, o es que uno va teniendo ya una edad y una memoria con más muescas que la pistola de un cuatrero. La cuestión es que la música, sobrecogedora, tronante, se convierte durante la representación en un personaje más, acaso el más maleable y activo.
El escenario, como pocas veces, lo vi incapaz de tragarse a los actores, que componían estampas cargadas de lirismo estético, colorista y emotivo.
El público aplaudió con calor y entusiasmo cada uno de los números. ¿Todo el público? No, por supuesto, los directores, el programador y su séquito, no aplaudieron jamás.
Al finalizar la actuación, hubo varios bravos, muchos minutos de aplauso. Los actores salieron dos, tres veces a agradecer los aplausos de un público que, en pie, costaba sacudirse de encima tanta emoción.
Eso es lo que yo vi. Lo que vio la gente del teatro, sin duda, debió ser otra cosa mucho más aburrida, insignificante y sin valor, porque los vi abandonar el recinto cabizbajos, con mucho meneito de cabeza.
En la prensa, José Manuel Villafaina, el crítico teatral escribió que «el resultado vuelve a ser un empacho de artificios recurrentes de plasticidad –de danza, acrobacia, voz, gesto, movimiento– al son de una música heterogénea –en directo y a todo volumen– que se convierten en una opresión para los espectadores». Y luego dicen que los universos paralelos no existen. Existen, solo que tienes que ser entendido en teatro para vivir en ellos. Pero para el resto de los espectadores, la obra El viaje de las Heroidas es una obra interesante, emotiva y que te hace salir del teatro sin remordimiento de bolsillo.
Gracias…
puede que haya universos paralelos, eso es para-lelos. porque hay que estar muy lelo para no saber disfrutar del espectáculo y de las sensaciones que nos regalan las Heroidas. Y vacíos, también muy vacíos son esta gente, da igual lo lleno que esté un teatro.
un abrazo
El sábado 23 de julio estuve con mi novia en el teatro romano de Mérida viendo el Viaje de las Heroidas, el espectáculo fue precioso, intimista y a la vez desbordado, las actrices, bailarinas y acróbatas pusieron todo su arte en la escena, en fin, me pareció emotivo, muy trabajado y perfectamente escenificado, le pese a quien le pese.
Gracias Karlik por vuestra propuesta teatral.
Hacia mucho, mucho tiempo que no me emocionaba tanto en una obra de teatro. Como, con tan poca palabra, se puede decir tanto.
Dos veces pagé la entrada para ver la obra y las dos veces salí del teatro plenamente emocionado.
Entiendo de teatro lo mismo que de literatura: si me gusta, es bueno (e sloq ue tiene ser un simple).
Aunque debo reconocer que mi cansancio post-guardia no me permitió disfrutarlo como debía: la BELLEZA salió de Karlik por momentos con acrobacias y coreos que me gustaron, aunque por momentos me pareció repetitivo. Eso sí, en mi opnión, Flo, la selección de textos y su rapsodia son mejorables… Pero me gustó, cómo no! Y la música en directo: EXCEPCIONAL!
Gracias Karlik y gracias Florián!
gracias a todos los que leéis estas crónicas y a los que vais dejando por aquí vuestros comentarios. Como queda escrito, yo también disfruté del espectáculo, sin dejar por ello de ser crítico con algunos aspectos de la obra, por supuesto. Como dice Suso, los textos y sus declamaciones fueron lo más flojo, es cierto; pero también lo es que la música, la iluminación, las coreografías suplieron con creces esa carencia. Y creo que así lo entendió el público, que, al menos en la función del domingo, aplaudió y vitoreó como hacía mucho tiempo que yo no veía en el Teatro Romano. Un saludo.
Me habría encantado verla más de una vez. Me fascinó.