Cuando niño temía el vaivén desbocado de los columpios y recogía mis rodillas entre el pecho por miedo a golpear con las punteras de los zapatos el lomo de las estrellas. He ido arrastrando ese gesto compungido y medroso por los años como Caín su estigma fratricida por el mundo. He sido siempre una sombra taciturna: el que mira con recelo los juegos atrevidos de los demás niños; el adolescente educado que sonríe a la portera, pero que a la vuelta de una esquina apedrea a los perros lujosos que salen en la noche a mearse en los templos; el joven misántropo que descifra la prosodia húmeda de los besos que siempre dan otras bocas de otros cuerpos de otros hombres y disimula su turgente lascivia con el rostro adusto de los tímidos.
Y el miedo me condujo al odio. Odiaba al mundo porque el mundo es despiadado con los cobardes. Me odiaba a mí mismo por no encontrar el coraje suficiente para tejer una venganza proporcionada a mi odio. Y mientras tanto, me resarcía ayudando a cruzar las aceras a los ancianos y a los ciegos, a los que atenazaba el brazo con tal rabia que los depositaba en la otra orilla preñados de moretones. Y por las noches, incapacitado para navegar sobre océanos de carne, me hice navegante de Internet. Allí descubrí que los hijos de Caín somos legión. Que el miedo y el odio campeaban sobre una multitud soterrada y ansiosa de resarcirse de una vida condenada al fracaso por la aptitud pusilánime de los optimistas.
Entonces fundé www.misántropo.es.- la Asociación para la Venganza de los Misántropos. Y a mi grito de combate acudieron a cientos, a miles, los solitarios y resentidos. Por fin, organizados, ascendimos a los puestos que por derecho nos pertenecían. En un principio, humildes presidentes de asociaciones de vecinos, concejales de parques y jardines; más tarde, alcaldes, consejeros, ministros, hasta que, gracias al esfuerzo y la ayuda de todos ustedes, amigos y amigas, he llegado a Presidente del Gobierno.
del libro Esa extraña familia de la que te hablé