Paco Pérez era seis meses mayor que mi padre, pero yo lo sentía como el hermano que guardaba en los bolsillos del gabán los secretos del tiempo. Luego resultó que su secreto no tenía nada que ver con la naturaleza del tiempo sino con el prodigio de parir palabras con la yema de los dedos. Porque Paco Pérez tuvo la ocurrencia de querer ser escritor. Escritor o nada. Y para un muchacho de provincias que no ha pisado jamás una universidad, hijo de madre soltera, con lo que eso significaba entonces, querer ser escritor era como querer ser astronauta. Un imposible. Fue Cela el que le dijo que para ser escritor en España no basta el talento, te exigen que hagas de ti mismo un personaje y que te inmoles con él. Y se dedicó a ello con ahínco.
Tuvo un solo matrimonio que le duró toda la vida y un solo hijo que le duró apenas seis años. Una leucemia se lo mató, pero en vez de hundirse como un paco pérez cualquiera, se sentó junto a su hijo agonizante y escribió el libro más lírico y lúcido del último cuarto de siglo. En aquel hospital el que menos murió fue el niño, que sigue respirando en esas páginas que cuarenta años después aún pueden leerse como un canto de amor y de desgarro. Quien murió fue Paco Pérez. Absoluta, definitivamente. Y nació al mundo Paco Umbral, arrogante, cínico, magnífico, inagotable.
Yo le amaba como se ama a los que han bajado a los infiernos y regresan con el enigma de la palabra exacta. Un día le vi en el Café Gijón. Viejo y decrépito, el cadáver de Paco Pérez se le iba pudriendo bajo el disfraz impecable de Paco Umbral. El 28 de agosto hace cinco años que volvió a morirse. Su fantasma bosteza en los estantes de los libros viejos. Con qué facilidad arrinconamos a los maestros.
Contraportada del periódico Extremadura del 25 de agosto del 2012
Leyendo tu artículo, magnífico, me estremecí y los ojos se bañaron en lágrimas, como c uando leí, hace años, Mortal y Rosa. Una vez más, la has clavado. Gracias.
Beatriz