Contexto: septiembre del 480 a.C. Final de la Copa de Naciones. Sobre el terreno, el Atlético Club Persa, capitaneado por el imbatido Jerjes I, un Mourinho con calzas y arandelas. Al otro lado, la escuadra griega, unos advenedizos que tienen como pichichis a Temístocles y Euribíades, dos canteranos. Lo único a su favor es que juegan en casa, en el estrecho estadio de Salamina.
El árbitro hace sonar el silbato. Los de Jerjes ruedan el esférico. Hasta ahora, los persas no han perdido ni en los entrenamientos. Y hoy nada presagia distinto desenlace. Ochocientas naves de Jerjes contra trescientas de la escuadra griega. Pan comido. Pero, ojo, en el fútbol no hay enemigo pequeño.
Los persas, acostumbrados a jugar en estadios superlativos, se apelotonan en el centro de este campo de regional preferente. La armada griega aprovecha para hacerse con el control de la pelota y meten el primer tanto. Gol. El público ruge. Jerjes pone cara de póker.
Tranquilos, chicos, grita desde la banda, en la ronda anterior eliminamos al Racing de Esparta por 300 a cero, y estos no son mejores que los de Leónidas.
Jerjes le hace la peineta a Temístocles.
Pero el griego, ajeno a provocaciones, sigue a lo suyo. Roba el esférico, lo envía a Euribíades, éste corre la banda, triangula, centra por alto y, aprovechando que los de Jerjes no saltan para no despeinarse el tupé, el delantero griego anota de nuevo. Los griegos se vienen arriba. La defensa persa es un coladero. Temístocles dribla a un rival, a dos, echa el balón a la cazuela y Euribíades remata de chilena.
Gol. Gooool. Golazo.
Fin del partido.
Tremendo resultado final de 200 a 40 a favor de los griegos. Jerjes mete el dedo en el ojo de un juez de línea. Recurre el partido. Afirma que el estadio es un lodazal, que el público arrojaba objetos al campo y gritaba palabras racistas a los jugadores. Hace constar sus quejas en acta. Y los de la FIFA, que siempre se ponen a favor del espectáculo, ordenan un nuevo partido. Esta vez en Platea, donde los griegos, que le han cogido las vueltas al rival, propinan a Jerjes otra soberana paliza.
El torneo es, ahora sí, definitivamente para Grecia.
Estoy contento con mi trabajo, declara a la prensa el general Pausanias, pero lo importante es el equipo.
Desde entonces, Jerjes renunció a los partidos internacionales y se jubiló compitiendo en asequibles liguillas caseras.
Aquel campeonato se jugó dos mil quinientos años atrás; pero, en cierto sentido, tú y yo, todos nosotros, somos como somos gracias a aquellos canteranos que defendieron los colores de su camiseta como campeones de la democracia. Aunque no sé si imaginaron que la Europa que edificarían sus descendientes sería un puñado de países desunidos en norte y sur por distintos grados de riqueza, donde persistirían las monarquías y las castas, donde la superstición y las religiones se codearían con las ciencias, donde el verdadero progreso social queda al alcance exclusivo de las clases privilegiadas, donde comprar un piso es más difícil que aguantar el tirón de Salamina.
Mira que al final va ser verdad aquello de jugamos como nunca, y perdimos como siempre.
(Me autoplagio un artículo que escribí hace una década).