Michael Bublé es uno de esos cantantes que florecen a los pies de la tumba de Frank Sinatra. Ha estado estos días por España, arrojando su voz de medio barítono a una horda de admiradoras que a su vez le arrojan a él bragas y promesas de un amor eterno que muy pronto pasará de moda.
A Michael Bublé lo definen como un depredador de hembras, que es tanto como admitir su condición de triunfador y de barítono. Porque sucede que, en las óperas y en las zarzuelas, quienes se llevan a la heroína al huerto son los tenores, pero en la vida real son los barítonos quienes parten el bacalao.
El tenor es un hombre de ficción, un tipo de voz brillante que presume delante del público femenino de cierto punto de locura para hacerse simpático a sus ojos, pero que, en cuanto cae el telón, deja bien claro que su vocación real es la de padre de familia que sueña con cambiarle la condición civil a la soprano y hacer de su culo cantarín una mesa de camilla.
Lo del barítono es otro cantar. El barítono representa la pasión a flor de labio, el pecado urgente, la ansiedad desmedida que el tiempo quema a fuego lento, como cirio de carne. Así, pues, Michael Bublé es animal depredador no porque sea el más guapo del barrio, sino porque es barítono.
Confieso que a mí no me emocionan especialmente sus canciones. Lo que me gusta de él es la novela que trae consigo, su breve biografía, el agradecimiento que en cada entrevista expresa hacia el recuerdo de su abuelo. El abuelo de Bublé era un fontanero con mucho oído que ofrecía chapuzas gratuitas por los tugurios del jazz a cambio de que dejaran cantar un par de piezas a su nieto. Así empezó la carrera del muchacho. Ese gesto sí que me estremece. Antes se decía que detrás de todo gran hombre se esconde una gran mujer, pero resulta que la gran mujer es en ocasiones un gran abuelo.
El abuelo es una figura que la crisis ha vuelto a poner de moda. La mitad de España vive de la pensión de los abuelos. Alfonso Guerra, ese barítono de la transición, duda de que el PSC sea un partido socialista. Los demás dudamos de que alguna vez hayamos conocido un partido socialista. Felipe González crea una fundación para estudiar su propia figura. Los Duques de Palma se alquilan a sí mismos su propio palacete. Nuestra democracia será joven, pero nuestro país padece los trastornos de una demencia senil.
Solo unos años atrás toda Europa nos miraba como las muchachas miran ahora a Bublé, con el arrobamiento de quien ve en el otro un surtidor de aventuras y posibilidades. A nosotros nos faltó el abuelo. El héroe político que en lugar de gastar las caderas cazando elefantes por esos mundos de Dios las gastara en cazar las oportunidades al vuelo, en educarnos la voz, un ojo puesto en el futuro y el otro en promocionar nuestro depredador talento de barítonos. No debe ser fácil convertirse en un buen abuelo. A lo que se ve, los dioses sólo conceden este don a los grandes filósofos y a algún que otro fontanero.
Publicado en el diario HOY el sábado 2 de noviembre del 2013
ME GUSTA, más el abuelo de Bublé
abuelos teniamos, pero el regimen ahogó su expresión… ahora ya no quedan ni fuerzas ni ganas para muchos de ellos. Tienen la agenda demasiado llena cuidando de los nietos y subvencionando familias enteras con su misera pensión.