Gardenia es una palabra preciosa que esconde dos historias. Dos gardenias para ti. Una que habla de amistad; otra, de la estupidez humana. La primera empieza en la China, donde tiene origen esta planta y que era considerada desde antiguo como el símbolo de la gracia femenina y del mérito artístico. Es, pues, una planta de milenario prestigio, pero que en occidente empezó a conocerse a mediados del siglo XVIII. Fue estudiada por vez primera por un irlandés, comerciante de lino y aficionado a la botánica, llamado John Ellis (1710-1776). Resulta que este hombre mantenía correspondencia con el famoso botánico sueco Carlos Linneo (1707-1778) y con Alexander Garden (1730-1791), un inglés que ejercía como doctor en medicina en Charlestón, Carolina del Sur, donde, por cierto, la gardenia era totalmente desconocida.
El doctor Alexander no estaba muy satisfecho con el trabajo de Linneo, pues consideraba que desatendía la botánica americana, y escribía cartas muy encendidas a su amigo Ellis para que transmitiera sus protestas al sueco. Y, con todo, cuando llegó el momento de darle nombre a esa planta recién llegada de la China, Ellis propuso a Linneo el nombre de su amigo americano. Y este accedió. Y así nació, en 1761, el nombre de gardenia, en homenaje a una amistad. Un sueco bautizando una planta china por recomendación de un irlandés con el nombre de un inglés afincado en América. En 1762 llegaron las semillas de esta planta a Charlestón y se cultivaron por primera vez en suelo americano en el jardín del doctor Garden. En su funeral, en 1791, amigos y familiares llenaron el salón de gardenias como último homenaje al médico y botánico.
La RAE no recoge la palabra hasta su edición de 1899, pero ya la Pardo Bazán la había usado en su novela Un viaje de novios, de 1881, lo que indica que se había incorporado con normalidad al vocabulario popular.
La otra historia tiene lugar en Cuba, en el año 1945. La afrocubana Isolina Carrillo, pianista y compositora, recibe la visita de un joven cantautor colombiano que le pide asesoramiento para una canción de la que solo tiene claro que ha de llevar la palabra gardenia en la letra. Isolina se pone a ello. Y en esas estaba cuando se entera que el colombiano celebra en su apartamento su fiesta de cumpleaños. Isolina creyó buena idea ir a festejar con su nuevo amigo. Llamó a la puerta varias veces. La música y las risas atronaban. Nadie le abrió. Alguien le dijo días después que el colombiano no quería a negros en su fiesta. Isolina se sentó al piano y escribió Dos gardenias, un bolero de descreimiento, de amor en sobreaviso. La Sonora Matancera, con arreglos de Pérez Prado, convirtió esta canción de desengaño, en un himno inmortal.
Amistad, tesón, talento, odio, ignorancia. Gardenia. Una palabra tan dulce y pequeña en la que cabe la esencia entera de la naturaleza humana.