DONJUÁN, DIME CÓMO LIGAS Y TE DIRÉ QUIÉN ERES

donjuán y donjuanismo

Un donjuán es un tipo que liga mucho. Y ligar no es una palabra puesta a la ligera. Le cuadra porque ligar es cazar pájaros mediante trampa pegajosa. Un donjuán no liga por su cara bonita, no es un guaperas al que las damas se rindan por propia voluntad, sino que, como el cazador de pájaros, liga con artificios, prometiendo lo que no va a cumplir o simulando ser lo que no es.

Con una salvedad, son muchos los motivos que puede llevar a alguien a cazar pájaros, pero solo uno mueve al donjuán: la vanidad. La exhibición. Un donjuán sufre sus trabajos para luego contarlos. Sin público no hay donjuanismo. El donjuán es un coleccionista de likes y de “me gusta”, un escaparatista, un disminuido que necesita la aprobación ajena de otros descerebrados que le rían las gracias. Su muro de Facebook estaría lleno de selfies de su rostro riente junto a sucesivas doñas Inés.

Pero. ¿desde cuándo se dice que un hombre es un donjuán? ¿O está mejor expresado si le llamamos tenorio? ¿O burlador? ¿Y cuál de estas expresiones entró antes en el diccionario?

Todo empieza cuando en 1630 Tirso de Molina publica El burlador de Sevilla y convidado de piedra, cuyo protagonista es un galán llamado don Juan Tenorio. Ahí echa a andar el mito. Pero el más popular y español de todos los tenorios es el Don Juan Tenorio de José de Zorrilla, estrenada en 1844.  Lo curioso es que en su estreno no tuvo mucho éxito. Fue 16 años después, al volverse a representar, cuando la fortuna sonrió al autor y al personaje. Se cuenta que esa segunda vez se representó un 1 de noviembre.  Desde entonces acá, no hay Día de Difuntos que sea completo sin su buena representación del Tenorio.

En tiempos remotos se llamó doneador al que galanteaba a doñas, esto es, a “mujeres de calidad”, según el RAE de 1791.  De doneador se pasó a burlador, que es la voz en uso cuando escribe Tirso de Molina. Entra por primera vez en un diccionario de la lengua española en el RAE de 1869, definida como “el libertino de profesión, que hace gala de deshonrar a las mujeres, seduciéndolas y engañándolas”. Lo dicho, ligándolas con trampas.

La palabra donjuán no aparece en los diccionarios hasta el RAE de 1884. Y lo hace definida con un solo sinónimo: dondiego. En efecto, el dondiego de noche o galán de noche es una planta cuyas flores se abren de noche y se cierran de día. Como un donjuán. Esta equivalencia estuvo vigente hasta 1970 en el que el RAE incorpora como primera acepción la palabra “tenorio”, relegando a “dondiego” a un segundo plano.

Tenorio se había incorporado al RAE en 1899, definido como “un galanteador audaz y pendenciero”. Es decir, un punto de violencia y de atropello superior al donjuán. A partir de la edición de 2001 se torna más suave: Hombre mujeriego, galanteador, frívolo e inconstante.  

En 1925 la RAE incluye dos nuevos lemas relacionados con nuestro Don Juan: donjuanesco y donjuanismo: caracteres y cualidades propias de don Juan Tenorio. Y, por lo que dice don Gregorio Marañón en sus Ensayos sobre la vida sexual, publicados en 1929, no son caracteres ni cualidades de las que uno deba vanagloriarse: “al hablar del donjuanismo no hago referencia a un tema literario ni a las hazañas de los donjuanes de cartel (los divos, o, como ahora se dice, los ases de esta modalidad sexual). No valdría la pena. Me refiero el donjuanismo difuso y endémico de nuestra civilización”.

Yo, con perdón, entiendo por donjuanismo endémico el infantil miedo que la sociedad muestra a afrontar con responsabilidad el amor y la muerte, que es, a fin de cuentas, el gran pecado del Don Juan literario.

En 1992 se define donjuán como “seductor de mujeres”. Y, en esta misma edición, se asiste al nacimiento de un nuevo verbo: donjuanear, “hacer de donjuán o tenorio”.

Encontramos, pues, que en la lengua española existen diversas maneras de llamar al seductor de mujeres: doneador, burlador, galanteador, dondiego de noche, donjuán, tenorio. Ahora bien, lo que se viene olvidando en este tipo de definiciones es que el Tenorio, al final, es solo un llorica, un arrepentido, un pusilánime que acaba la función maldiciendo su existencia. Por eso, entre las muchas versiones de este arquetipo, mi preferido es don Félix de Montemar, el burlador que en 1840 creó José de Espronceda en su Estudiante de Salamanca. Aunque describe a su héroe como un

Segundo don Juan Tenorio,
alma fiera e insolente,
irreligioso y valiente,
altanero y reñidor:
Siempre el insulto en los ojos,
en los labios la ironía,
nada teme y toda fía
de su espada y su valor

lo dibuja malencarado y pendenciero, pero noble y de una sola palabra. Le falta, para ser un típico donjuán, la doblez, la fragilidad de espíritu, esa estupidez de vivir para los demás. Félix de Montemar, romántico en el auténtico sentido de la palabra, es decir, indócil y rebelde, cuando al final de la obra se le aparece el diablo a pedirle cuentas por sus hazañas, en vez de ponerse llorón y tenorio, escupe por el colmillo y le pide a Satanás que sea su padrino de bodas. De este modo desciende al infierno:

Jamás vencido el ánimo,
su cuerpo ya rendido,
sintió desfallecido
faltarle, Montemar;

Un tipo duro, irreligioso y consecuente, lejos del nenazas creado por Zorrilla. Claro que hay que tener en cuenta que Espronceda era de Almendralejo.

Fotografía: imagen de don Jacinto Benavente en su papel de don Juan Tenorio en una representación benéfica de 1911.

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