Un español entró en la Galería Uffizi de Florencia, se colocó ante El nacimiento de Venus de Botticelli, se desnudó, se arrodilló ante el cuadro e hizo llover sobre su cabeza pétalos de rosas que iba sacando pausadamente de una bolsa del Carrefour. La gente, acostumbrada a extravagancias de mayor calibre, se lo tomó con naturalidad, pensando que contemplaban algún espectáculo patrocinado por la galería. Pero en menos de lo que se tarda en escribir “trastorno límite de la personalidad”, aparecieron unos guardas y se llevaron al tipo. Dicen los testigos que mientras lo arrastraban a comisaría gritaba “esto es poesía”. Los guardas, sin embargo, aunque eran varios, decían a la par “esto es una gilipollez”, con lo cual mostraron, si no predisposición para las vanguardias, sí al menos una unánime discrepancia con el poeta.
Siendo don Ramón Menéndez Pidal presidente de la Real Academia había en la sede un cuadro de Cervantes al que todos tenían ojeriza por falso y por feo. Gerardo Diego quiso quitarlo pero Pidal le disuadió: Deje usted el cuadro donde está, amigo Gerardo, que si lo quitamos nos harán poner un retrato de Franco. Es evidente que hoy día ninguna pared le teme a un retrato de Franco, pero aún le tememos a nuestro propio desnudo más que a un nubarrón. Nos ofende nuestra propia carne. Si a la sala Uffizi llega un tipo rebozado en una sotana o en un traje militar, aunque sea un reputado dictadorzuelo, pongamos por caso, los señores guardias no tendrían nada que objetar. A nuestro desnudo sólo lo respetamos en pintura y en firmas de renombre. Nos pasa con la carne como con los políticos: les reservamos las medallas y los honores para cuando de su figura solo quedan los retratos.
Santi Senso, con su espectáculo Desnudando a los clásicos, es el actor extremeño que más ánimo pone en reconciliarnos con nuestro cuerpo desnudo.Intento loable y romántico en un país donde hasta el Romanticismo está falto de una puesta a punto. Romántico es don Juan Tenorio, el raro héroe al que todo español de pro envidia, y no al Quijote, ese viejo loco pobretón, con menos vida erótica que un extra de The walking dead. Don Juan Tenorio es joven, guapo y liga sin esfuerzo. Rico, aunque jamás dio un palo al agua. No se le conocen estudios ni falta que le hizo. La oratoria tampoco es lo suyo, pero le tiene cogido el tono al oído ajeno y dice lo que los demás quieren oír en el momento preciso. En resumen, peca a manos abiertas y se ríe de Dios y del Diablo con tal de vivir a todo tren. Pero llegada la hora de la muerte le entran los escrúpulos, reza una salve y se le abren las puertas del cielo. Un hombre con suerte. Narcisista, egocéntrico y simpático, no representa un conflicto para el orden. No es un Che. Es sólo un Bárcenas más, otro Urdangarín, uno de esos vividores que confía en el sistema y espera que un último rezo o una delación de última hora ante el juez de turno le evite el infierno de encontrarse desnudo ante el espejo de su propia conciencia.
publicado en el diario HOY el sábado 29 de marzo del 2014