Ya sé que la San Miguel donde va triunfa, pero yo soy más de Cruzcampo y, a mí, la cruzcampo me ha hecho mucho daño. A la segunda caña, ésta, mi proverbial falta de facundia, hace de las suyas, y esta pobre neurona – por la que llevo años pidiendo inútilmente una plaza de aparcamientos para minusválidos-, me traiciona y me deja en evidencia. Hoy ha sido la última vez. Estábamos reunidos todo el equipo de Los gemelos. Director, productor, actores, músicos, cantante, maquilladores, técnicos de luces y sonidos. Y un servidor. En una comida de confraternización antes del estreno.
DE ALMEJAS Y MEJILLONES
A Fernando Ramos, productor de Los Gemelos
Y a esto que el director se levanta y hace su discurso. Unas palabras sensatas y sentidas a la que todo el mundo aplaudió emocionado. Y se pidió la palabra del productor. Y, mira por dónde, el productor que dice que nones, que él no está para discurso. Y me pasa la bola a mí. Y ahí es donde interviene la cruzcampo, que es muy contraproducente para las cabezas con déficit de atención, como la mía. Yo voy y me pongo gallito y digo que por qué no, que voy a soltar mi monólogo. Y me levanto. Y empiezo a hablar no sé qué de almejas y mejillones que, cuando concluyo, el más benévolo de los oyentes me miró con cara de preguntarse cómo es posible que este buen hombre haya sobrevivido tanto tiempo con tan parcas capacidades.
Y el productor, que es un cachondo, viendo mi azoramiento, va y me dice: esto quiero verlo yo por escrito. Y es por eso que estoy en este aprieto, intentado aclarar lo que nunca tuve que haber empezado. Porque yo lo único que quise decir es que en cualquier parte del mundo es difícil ser director de actores, como es difícil en cualquier parte llevar a cabo ese sueño de querer ser actor, actriz o decorador de teatro. Pero, más que en cualquier parte, en esta Extremadura nuestra, tan cainita y sangrante, donde incluso en la prensa regional se pasa la mano sobre las espaldas de Concha Velasco o Mario Gas, lo hagan como lo hagan, pero se mira con lupa y se airea el menor defecto de un sufrido actor extremeño, que en el mejor de los casos tiene que defender su trabajo con un presupuesto que no llega a la décima parte de la del resto de las compañías.
Pues bien, si esto es así con actores y directores, háganse la idea de cómo puede ser con un escritor. El escritor es casi siempre un aprendiz de mejillón, encerrado en sí mismo, duro, arisco, pedregoso por fuera, tierno y frágil por dentro, un trozo de vida palpitante que sólo se asoma al mundo cuando las corrientes le son propicias. Y a mí me ocurre que estoy en ese momento. En el momento en que la fortuna me ha llamado a formar parte de un equipo jovial, entusiasmado, alegre y unido como un puñado de ruidosas almejas. Y me siento feliz y contento. Salga después el espectáculo como salga. Que saldrá bien, sin duda, si alguien tiene la decencia y la precaución de poner un candado a ese maldito bidón donde duermen tan plácidas las puñeteras cruzcampo.