“Si tuviera que generalizar sobre los Chesterton, mis parientes paternos, diría que eran y son extraordinariamente ingleses” confiesa el autor en las primeras páginas de estas memorias. Y esa impresión que el más ilustre de los Chesterton tiene de su familia paterna es la misma que le queda al lector una vez finalizada la tarea de leer su autobiografía. Una tarea en todo momento dulce y deleitosa.
Estamos ante un tipo extraordinariamente inglés, es cierto, pero de un tipo de inglés que ya no existe: hace años que el mundo del que habla Chesterton es sólo una estampa literaria, una estampa victoriana que la modernidad ha acabado marchitando.
Confieso sentir especial inclinación por este género de prosa en la que los períodos se alargan hasta lo inaudito, donde los retruécanos y los juegos de palabras son el vestido de paseo con el que se adornan las ideas. Unas ideas que quedan hoy como esos muebles majestuosos de los anticuarios, magníficos y solemnes, pero inservibles más que para el recreo de la vista. Porque todo el empeño de Chesterton (Londres, 1874-Beaconsfiel, 1936) en esta autobiografía, es el de justificar su postura religiosa y política, salpicada con un puñado de anécdotas y recuerdos con personas a las que él celebra –y nadie recuerda- y otras a las que el tiempo ha hecho célebres: Shaw, Hardy o Yeats, pero que ya apenas nadie lee.
Viajero incansable, conferenciante vocacional, autor de numerosas biografías, periodista desde sus años de universitario, es Chesterton, sin embargo, recordado hoy por sus novelas sobre el padre Brown, ese sacerdote que guarda un conocimiento del mal bajo su aspecto anodino y que se dedica a resolver crímenes tremendos. Chesterton confesará que fue su amigo, el padre O´Connor “la inspiración intelectual de estas historias”. Pero lo confesará en otra parte. En esta autobiografía no encontraremos ni una triste mención sobre el padre Brown. En realidad tampoco encontraremos mucha enjundia sobre la vida del propio Chesterton: apenas algunas anécdotas de su infancia y adolescencia, algunos chistes, poca cosa. Pero es que la intención del autor no es desnudarse sino justificarse. Justificar sus diatribas políticas, defender sus convicciones religiosas, esa es la idea que mueve a este libro. Con todo, la prosa, siempre limpia y brillante de este hombre, es más que suficiente garantía para un fascinante viaje por el tiempo.
Lástima que la sagacidad del padre Brown no sirviera al autor para intuir que en unos pocos años tales asuntos no interesarían más que a un puñado de buceadores de la intrahistoria. Sin embargo, el libro habría ganado mucho con un poco más de humanidad, de más vida, más Chesterton.
Autobiografía. G. K. Chesterton.
Traducción de Olivia de Miguel. Ediciones El Acantilado – 77.
Barcelona, 2003. 392 páginas.