Siempre ha habido gentes dispuestas a pensar de otro modo. Gentes a las que no asustó ni el ecúleo (potro) ni la hoguera con tal de defender su derecho a mirar el mundo desde otra esquina. En cierta forma, en eso consiste cualquier herejía, en oponerse al dictado, en creer que la realidad posee muchas perspectivas, y defenderlo. También es cierto que uno puede ser hereje por exceso o por defecto, por no acatar lo que el dogma dicta o por querer ser más papista que el papa.
Hay herejes por cobardía y herejes por pertinacia, del mismo modo que hubo brujas que sólo eran locas de atar y brujas expertas en el arte del veneno y en elixires que curaban la halitosis. En cualquier caso, tanto los unos como los otros, víctimas y verdugos, brujos e inquisidores, hechiceras y chivatos, todos fueron tristes muñecos de un guiñol en el que la ignorancia movía los hilos y el hambre se partía de risa entre bastidores.
PRIMEROS APÓSTATAS
En un principio, ser cristiano era sinónimo de perversión y enemigo del Estado. Los sospechosos debían firmar un libelo o documento público con el que testificaban su amor a los viejos dioses y en el que se comprometían a profesar los ritos paganos si querían ponerse a cubierto de las persecuciones, del oprobio o de la muerte.
El primer cristiano que en España se acogió a este libelo fue Marcial, obispo de Mérida, allá por el 254, tal y como lo cuenta Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles. Luego, en el 357, cuando San Gregorio Bético es acusado de arrianismo, “pide y alcanza súbita y terrible venganza” sobre sus enemigos, entre los que se encontraba Florencio, obispo de Mérida, quien “fue castigado con nuevo género de suplicio, por haber comunicado con los prevaricadores Osio y Potamio”.
Años más tarde, hacia el 580, ya asentado el catolicismo en el poder, el rey Leovigildo, reunido en Toledo con un conciliábulo de obispos arrianos, introdujo serias modificaciones en la fe catóica o Formula fidelis que Mausona, también obispo de Mérida, se negó a acatar. Esa insolencia le costó ser amenazado con la excomunión y con el destierrro, pero el tenaz obispo replicó al mismísimo rey: “si sabes algún lugar donde no esté Dios, envíame allá”.
LOS ALUMBRADOS
Cuenta Fray Alonso Fernández en su Historia y anales de la ciudad y obispado de Plasencia, publicada en 1627, que “entre los años 1547 a 1578, se levantó una gente en Extremadura, en la ciudad de Llerena y pueblos comarcanos que persuadieron a los simples ignorantes ser el verdadero espíritu el errado con que querían alumbrar las almas de sus secuaces. Por eso se llamaron alumbrados”.
Estos alumbrados tenían por doctrina, cuenta Menéndez Pelayo, “recomendar a sus secuaces una larga oración y meditación sobre las llagas de Cristo crucificado; de la cual oración, hecha del modo que ellos aconsejaban, venían a resultar movimientos del sentido, gruesos y sensibles” que, apa rarecer, culminaban con eso que los propios alumbrados llamaron “derretirse en amor de Dios”, aunque a Menéndez Pelayo sólo le parece “lujuria pura”.
“Condenaban las órdenes religiosas, los ayunos eclesiásticos y todo linaje de ceremonias exteriores. Eran gnósticos y pretendían saber ellos solos el camino de la virtud y los misterios de la oración. Pensaban mal del estado del matrimonio y se entregaban a todo género de feroces concupiscencias y actos impuros”. Dice Menéndez Pelayo: “Llerena debió de ser en tiempos antiguos un foco de inmoralidad y herejía. Su población era muy mezclada de judaizantes y moriscos y son antiguos allí los procesos inquisitoriales. Y, por otra parte, la conquista de América, adonde se trasplantó lo más granado de aquella generosa comarca, hacía que los hombres escaseasen, de tal suerte que nada tiene de extraño ni de inverosímil el estrago que aquellos clérigos soeces hicieron entre las pobres mujeres de la tierra”.
BRUJERÍA Y MAGIA
Ángeles Hernández e Isabel Testón, expertas del Departamento de Historia de la Universidad de Extremadura, publicaron en el año 1989 un breve trabajo sobre Magia y superstición en Extremadura donde entran al menudeo de este tema que ahora nos ocupa. En él se menciona cómo hacia la segunda mitad del siglo XVI y las primeras décadas del XVII una tremenda plaga de brujomanía se cierne sobre países europeos como Alemania, Suiza, Suecia, los Países Bajos españoles, Inglaterra y Francia.
La profesora Isabel Testón, a la cual entrevisté en diciembre del 2003, me asegura que a este fenómeno se le han buscado múltiples explicaciones y “ninguna por sí sola se basta a dar luz sobre tanta locura. La brujería es un invento de la Inquisición para ejercer su control político e ideológico sobre la población”.
Para entender tal fenómeno hay que tener en cuenta un compendio de circunstancias:
1. una cultura popular casi inamovible en donde perviven ancestrales ritos mágicos relacionados con la naturaleza y de contenidos extraños al cristianismo
2. el turbio mundo político de estos tiempos
3. la crisis económica
4. la presión señorial
5. la omnipresente miseria
Todas estas circunstancias traerán de la mano el fantasma de lo esotérico, su devoción y aberración.
CULTURA POPULAR
Cuando los estamentos poderosos pretendan erradicar la brujería a golpe de corbacho y de hoguera, estarán haciéndole la guerra a la cultura popular, y se toparán de frente con la férrea resistencia de los sectores no privilegiados de la sociedad, que entendían tales asuntos como íntimos y propios. Les habían robado el pan, la cultura, la dignidad, pero no iba a ser fácil robarles sus creencias.
Luego llegaría la leyenda negra que Europa levantó al rebufo de nuestra supuesta intolerancia y brutalidad. Sin embargo, en España, y en esto tiene mucho que ver el talante benévolo del Inquisidor Salazar Frías, el delito de brujería fue menos castigado que en los restantes países europeos. Hasta tal punto, que la quema de brujas fue una excepción a la norma y, a partir de 1616, pasó a ser una forma de actuación reprobada por la Suprema.
“Por su parte- dice la profesora Testón- en Extremadura la persecución de la brujería se sitúa dentro de una tónica media baja, si la comparamos con la actividad del resto de los tribunales españoles. Aunque no hay que olvidar que siempre que nos referimos a Extremadura estamos hablando de la Corona de Castilla, a la que se circunscribe el Tribunal de Llerena”.
CAZA DE BRUJAS
En efecto, mientras que los delitos de superstición en el conjunto de los tribunales españoles se encuentran en torno a 7,6%, para el caso del tribunal extremeño de Llerena este tipo de causas sólo representan el 2,4% del total de procesos abiertos. Sólo Sevilla, con un 2,1%, está por debajo del porcentaje llerenense. Eso puede ayudarnos a entender por qué el tribunal de Llerena, entre 1555 y 1668, encausase sólo a 229 personas por supersticiones y prácticas mágicas. Estos datos no casan con la tremenda caza de brujas que desde 1610 a 1615 alcanzó su culmen en los pueblos de Europa. Aunque también es verdad que estas cifras son engañosas y no pueden interpretarse como gesto de tolerancia por parte de los extremeños. Lo que en realidad sucedía es que la persecución de un determinado tipo de delito estaba fuertemente condicionada por la política represiva de cada tribunal.
En este sentido la profesora Testón señala que “hay que tener presente que a principios del XVII el tribunal de Llerena, como casi toda la España del suroeste, estaba inmerso en el problema morisco, lo que inevitablemente distrajo su atención de otro tipo de causas apremiantes”.
También influyó el factor geográfico. En el norte extremeño va a predominar la bruja, como era concebida en Europa. En el sur, los rasgos dominantes serán prácticas de hechicería y magia.