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Adaggio: Vas por la calle tan tranquilo, pensando en tus cosas, cuando de repente: ella.Agitato: agitado, rápido, el cerebro se pone en marcha ¿la miro, le sonrío, le digo algo?
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Allegretto: mantienes el paso, un poco alegre, no muy vivo, lo suficiente para que te vea
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Allegro: Ella ha cruzado la calle. Tú la sigues, con paso vivo, alegre.
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Andante: Ahí está, mirando el escaparate. No te alteres. Tú tranquilo, disimula, anda con parsimonia, como el que busca algo fundamental. Muéstrate como Pérsival ante el Santo Grial.
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Apoyatura: Si no sabes qué hacer, el móvil es una buena apoyatura: haz como que recibes una llamada y te detienes fingiendo que hablas de negocios. Eso viste que no veas.
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Appasionato: Te ha mirado. Objetivo cumplido. Con pasión y vehemencia sueltas un par de términos informáticos, a ser posible inventados. Eso la descolocará. Con suerte creerá que eres sobrino de Bill Gate.
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Contrapunto: Movida por vientos independientes, ella decide no entrar en la tienda. Vuelve por donde vino. Va a pasar delante de ti.
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Cánon: Cuando la tienes cerca repites lo de «sí, el yate este fin de semana lo tiene mi padre». Ella mira. Es tu oportunidad. Le preguntas si sabe dónde puedes encontrar una tienda especializada en Kierkergad.
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Contratiempo: Lo siento, no soy del barrio, te dice ella. Además, yo de fútbol no entiendo.
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Crescendo: No puedes dejarla escapar. El tiempo se acaba. Tu cerebro, a toda prisa, busca en el cajón de los viejos recursos: ¿estudias o trabajas?
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Dominante: ¡váyase usted a la mierda! ¡Fantasma! Y la chica se da la vuelta y desaparece calle abajo. El sentimiento dominante es el de una vergüenza infinita, pero tú eres fuerte. Te repones. Sabes que hay más mujeres que números rojos.
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Decrescendo: Con paso breve, desciendes de nuevo hasta tu barrio. Llegas al portal de casa. ¿Entro o no entro? ¿Estará o no estará la mujer? Porque, aunque no lo hemos dicho hasta ahora, nuestro héroe, está casado.
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Diapasón: En la puerta de casa, mide los segundos al compás que marca el llavero. Al final se decide y entra. Qué otra cosa podía hacer el hombre.
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Forte: «¿De dónde coño vienes a estas horas? Y no me digas que de buscar trabajo porque te huele el aliento a anís Las Cadenas desde que abriste el portón» Dice la mujer en tono forte.
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Fortissimo: «Y a ti qué coño te importa» respondes tú, más que fuerte, fortíssimo.
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Fuga: Ella ha echado mano a un jarrón. Lo levanta, amenazante. Pies para qué os quiero.
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Fusa: Más que fusa, patidifusa; así se queda la señora al ver que en el ataque de furia arrojó el jarrón con las cenizas de la abuela y ha dejado el salón echo unos zorros, con tanto polvo en el viento que parece una canción de Kansas.
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Lento: En esas, nuestro héroe, con disimulo, intenta abrir la puerta y volver por donde ha venido.
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Llave: Echa mano al bolsillo, pero las puñeteras llaves se han enganchado con un hilo del pantalón. Entonces, la señora, que aprendió judo en un curso de CCC, le hace una llave crudelísima, le agarra por el cuello y en menos de lo que se tarda en escribir la letra del Ave María del Bisbal, el tipo está en el suelo.
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Moderato: No seas bruta, Maruja, que solo han sido unas copas con los amigos, dices tú, intentado poner moderación en esa especie de Chus Norris en que se ha convertido tu señora.
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Obertura: Ella, que es como el Hulk, que se queda en nada cuando se le pasan los efectos de la rabia, suelta al tipo y, maldiciendo su suerte, regresa al salón.
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Presto: Rápido, a toda velocidad, sacas las llaves.
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Pianissimo: Suavísimo, sin hacer ruido, no sea que vuelvas a cabrearla, abres la puerta y bajas las escaleras. Regresas al bar.
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Picado: Al tercer gintonic te sientes grande, inmenso. Fanfarroneas con los amigos y sientes tu orgullo picado. Eso te pasa por blando, dice alguien.
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Ritornello: Y a la cuarta copa es cuando decides volver y repetir el número. A ver si se atreve la bruja a ponerme la mano encima, que le voy a hacer un ritornello en el cuello, como a un pollo. Pues menudo soy yo. Y un poco por eso y otro poco porque ya nadie te hace caso, regresas a casa.
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Síncopa: Al borde de la síncopa, y casi del infarto es como vemos a nuestro personaje cuando descubre que su señora le está esperando despierta. Qué digo despierta: despabiladísima y con una maleta a sus pies.
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Silencio: Tú te quedas que no sabes qué decir. Te has pasado, eso hay que admitirlo. Pero, ella, adónde va a ir la pobrecita a estas horas.
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Stacato: Y cuando vas a decir que anda ya, que la perdonas por lo de la llave de judo y todo eso: zas, el stacato, osease, el estacazo: que resulta que la maleta es para ti.
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Sobredominante: Quieres apostillar algo, pero ya es tarde. Malditos gintonic que frenan la lengua. En lo que concierne a la oratoria y al sentido común, ella domina mucho más, para qué negarlo.
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Sostenido: Sostenido, gorrón, parásito, mantenido, sablista, vividor, y no sé cuántas cosas más de esta jaez son las que suelta la señora por la boca.
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Tesitura: Llegados a este término, qué otra cosa puede nuestro hombre hacer que tratar de disculparse y decir que no volverá a ocurrir, que a partir de mañana…
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Tocata: fallo terrible: mientras se disculpaba, nuestro protagonista ha confundido el silencio de ella con el perdón y ha intentado meterle mano.
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Virtuoso: ¿Cómo lo habrá hecho la señora para que, sin que nos diéramos cuenta, con la velocidad de un rayo, propinarle al maromo tal mojicón con el revés de la mano, que se le han desprendido dos dioptrías de las gafas de cerca?
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Vivace: «Ahí tienes la maleta, le dice. LLevo varios años aguantando, pero hasta aquí llegué. Mañana sin falta te envío un abogado». El tipo quisiera responder, pero como ha visto que su señora ha metido las cenizas de la abuela en un termo de acero inoxidable y lo maneja con un estilo que ya quisiera Bruce Lee para sus luchacos, toma la maleta y, a paso vivace, sale de casa con el rabo entre las piernas. Vencido ma non troppo.
Menos mal que todas las historias no son así.